martes, 7 de mayo de 2013

MERCADO MUNICIPAL

 
 
 
 
 
 
 
El mercado municipal ofrecía un aspecto deprimente, la mayoría de los puestos que antaño cobijaban charcuterías, carnicerías dedicadas al cordero lechal, las pescaderías… por no hablar de los puestos en los que se vendía verdura fresca recién recolectada, unas patatas de excelente calidad y llegada la temporada, unas fresas que no necesitaban azúcar ni aditamento ninguno para hacerlas apetitosas.
El mercado al que Juan Penumbra acudía tenía en el frontispicio una lápida en la que anunciaba al público que se había construido en 1923. Curiosamente en aquel pueblo con título de ciudad, había otros edificios públicos que ostentaban una placa de similares características, el mercado, la biblioteca, las escuelas, la biblioteca y el matadero formaban parte un conjunto de obras realizadas durante los rigores keynesianos del general Primo de Ribera, que estaba al frente de la dictadura del mismo nombre, pero esa es otra historia.
Juan Penumbra recordaba ese mercado, de niño, en que acompañado por su madre solía visitar a su tía Esperanza que regentaba uno de esos puestos de verduras en los que se despachaban los mejores tomates de la zona y los rábanos más picantes de la comarca. Las pescaderas acostumbraban a llamar a las mujeres por su apodo o nombre de pila, cantándoles las excelencias de la sardina, el jurel o los pulpos con los que se podía preparar un exquisito guiso con solo unas patatas.
 No dejaba de resultarle triste aquel panorama tan desangelado, pues el ambiente de mercado obraba en Juan Penumbra efectos positivos sobre su humor. El mero hecho de andar de acá para allá fisgoneando, mirando y olisqueando lo que en las paradas se exponía, ejercía sobre la imaginación de Juan un efecto vitalizante que ponía en marcha su vena culinaria y creativa.
Pero no todo eran alegrías, Juan Penumbra tenía un carácter cambiante, voluble, que podía verse alterado por cualquier sacudida de nalga marujíl, por cualquier sutil amago de alteración del sacrosanto turno y vez. No solían faltarle motivos para contestar airadamente a una de esas señoronas que con la excusa de “solo era una pregunta”, intentaba quedarse con la merluza o el congrio con el que Penumbra acababa de entablar amistad a primera vista.
No tengo el día se dijo Juan Penumbra y optó por tomarse un café negro y corto, hecho y servido por la encantadora chica del bar que se ruborizaba sólo con decirle buenos días. A continuación recuperado el norte, entró decidido en el mercado y compró una berenjena, un calabacín, dos cebollas y seis tomates maduros para hacer un pisto ligerito. En la pesca salada (tiene bemoles el nombre) compró un cuarto de atún de una de esas gigantescas latas que suele haber en esas tiendas, también se hizo con un paquete de obleas para hacer empanadillas y huyó a paso de legionario a su casa, donde no había nadie y por tanto podía disponer de la cocina sin distracciones ni interrupciones. Para ello desconectó el teléfono fijo y puso en silencio su móvil. Un lujo asiático, vaya.
Después de lavar concienzudamente las hortalizas, peló las cebollas y las picó en brunoise, le siguió el pimiento y después el calabacín y la berenjena, llenando sendos recipientes en los que esperarían su turno para entrar en sartén, a saber, primero la cebolla, luego el pimiento, más tarde el calabacín y seguidamente la berenjena. Los tomates maduros picados y despepitados serían el último elemento botánico que serviría de broche de oro para tal sinfonía vegetal. Minutos antes de dar por finalizada la cocción, se rectificaría el punto de sal y se le añadiría un poco de pimienta negra del molinillo.
Mientras el pisto perdía temperatura, Juan Penumbra desmigó el atún y lo dejó escurriendo un rato, más tarde lo mezclaría con el pisto y empezaría a rellenar las obleas, que una vez listas y bien cerradas tomando la forma propia de una empanadilla irían a parar a la sartén en pequeños grupos de 5 o 6 unidades hasta completar un total de 32 empanadillas. Juan Penumbra se cuidaba muy mucho de no echar a perder ninguna oblea por varias razones o motivos pero los principales eran dos, a saber: primero, que no sobrara masa de relleno y dos, que no faltaran empanadillas que echarse a la boca por si le daba hambre en cualquier momento del día o de la noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario