sábado, 19 de noviembre de 2011

SABROSAS ALBÓNDIGAS...


Decía  Biscuter que su jefe y mentor Pepe Carvalho se pirraba por las albóndigas y que cuando se ponía melancólico por alguna causa o motivo relacionado con el paso del tiempo y los achaques físicos le pedía a Biscuter que le preparara una buena cazuela de esas amanuenses y mágicas bolitas de carne. Ni por asomo cantaba Biscuter todos los ingredientes con que aderezaba la mezcla de carne de cerdo y vacuno al cincuenta por ciento. Las albóndigas de Biscuter tenían una virtud que era de agradecer: no repetían aunque uno repitiera plato. ¿Cuántas digestiones hemos pasado regurgitando albóndiga? Afamados expertos aseguran que el licor digestivo Fernet Branca fue creado para suavizar esos síntomas tan molestos y que le disputa el puesto a la Sal de fruta ENO. La ventaja del Fernet estriba en que con unos hielos ayuda a pasar el rato, mientras que la ingesta de una dosis de Sal de Fruta se asemeja más a un castigo inquisitorial que a un remedio.

Una de las formas que prefería Carvalho para comer esas excelsas esferas carnicas era con pisto, eso si, un pisto suave que no emulara un mar contaminado, me explico: hay pistos, samfainas y alboronías que no son más que unos objetos flotantes no identificados en un extenso barrizal de aceite y salsa de tomate.

Cuando de prepara albóndigas se trataba, Biscuter iba al mercado de la Boquería, entrando por el pasillo central sorteaba a los cientos de guiris japoneses que con la media sonrisa fijada en su rostro pálido fotografiaban los mejillones moribundos, las mojamas y el bacalao que colgaba de un gancho en cualquiera de los puestos que tienen el sugestivo nombre de “pesca salada”. Biscuter siempre, indefectiblemente cada vez que acudía a la Boquería decía para si: ¡No te jode!… ¡va a ser dulce la pesca….si les parece! Decía que Biscuter sorteaba esa masa compacta provista de cámaras fotográficas torciendo a la derecha en cuanto podía para entrar en uno de los pasadizos en los que se encuentran las carnicerías.

En esta ocasión Biscuter se alegró de estar donde estaba y en el momento en que estaba, a lo lejos pero no tanto, vislumbró la silueta de Virtu, esa cocinera de la costa a la que conocía de ir Con Pepe Carvalho a su restaurante a comer arroz negro. Cuando Pepe Carvalho cobraba alguna minuta abultada de esas que se ganan con menos dificultades y sudores que otras, invitaba a Biscuter y a Charo a comer en ese figón de la costa del Maresme, al norte de Barcelona y al sur de la Costa Brava, según se mire.

Biscuter era un maniático con la carne y yo le aplaudo esta manía, hay que comprar el género en un lugar de confianza y para hacer albóndigas hay que pedir que nos piquen la carne una vez, magra la de vacuno pero un poco más grasa la de cerdo. Biscuter es un escrupuloso de narices, un neurótico de la limpieza y teme que se le eche a perder lo que compra y amasa la carne y mezcla los ingredientes de las albóndigas con guantes quirúrgicos.

Biscuter prepara todos los ingredientes, los vuelca en el bol donde ha depositado la carne y se enfunda los guantes poniendo cara y pose de cirujano cardiaco, mandando a la porra a quien ose molestarle.

Sostiene Biscuter que unas buenas albóndigas deben llevar una buena dosis de miga de pan mojada en leche, su poquito –un pensamiento dice él- de canela molida, una pizca de nuez moscada rayada al momento, su sal y su pimienta de molinillo; del gallinero dos huevos y de la parte botánica un manojito de perejil y sus dos dientes de ajo picados bien finos. Nada más, todo lo que no sea eso para Biscuter no son albóndigas y yo me sumo a su criterio que estoy dispuesto a defender manu militari con la mano del almirez, si es preciso. Solo en contadas ocasiones Biscuter altera levemente la composición de esta receta: Añade un puñado de piñones ligeramente tostados al conjunto de ingredientes. Ese pequeño detalle da mayor relieve a un plato de albóndigas con cigalas, por poner un ejemplo.

Una vez mezclados todos los ingredientes Biscuter se enjuaga las enguantadas manos, hace las bolitas de carne y las va enharinando, depositándolas en una bandeja. Una vez hechas, se quita los guantes, se toma una copita de vino de Gandesa y las fríe en abundante aceite de oliva.

La forma de comer las albóndigas ya es otro cantar. Tanto Biscuter como Carvalho sostienen que si hay en la Boquería unas buenas sepias no hay que pasar de largo y comprarla para hacer un buen guiso de albóndigas con sepia, si es primavera y han llegado los finísimos guisantes del Maresme, hay que comprarlos junto a unas cuantas alcachofas tardías para hacerlas estofadas junto a un número indeterminado de albóndigas que en este caso se perfumarán con unas hebras de azafrán manchego que echaremos en la cazuela. Recordemos que los guisantes quieren calma y tranquilidad a la hora de cocinarlos y recomiendo que se dispongan sobre un leve lecho de cebolleta picada muy fina y bien pochada, se les maree con el respeto que se merecen y se les eche un poco de caldo vegetal al que hemos puesto un hueso de jamón ibérico con la intención de que aliviara la soledad de las verduras.

No es menos digna la forma que refiero a continuación y que ya he citado al principio, que se basa en hacer un pisto muy suave en el cual los trozos de huerta hayan cambiado de estado despacito, con la dosis justa de aceite, meciéndolos en la sartén hasta alcanzar el grado de cocción adecuado.

Cuando Biscuter cocina albóndigas siempre se acuerda de Juan Penumbra al que conoció en la cárcel Modelo de Barcelona allá en los setentas y que fue quien en realidad le enseñó a cocinar. La vida carcelaria da para mucho, incluso para eso, para tejer amistades (pocas) y aprender a cocinar.


domingo, 13 de noviembre de 2011

TENGAMOS LA PORRUSALDA EN PAZ


Mañana domingo voy a cocinar. Hasta ahí todo normal y previsible pero los domingos no acostumbro a cocinar según qué cosas. Los domingos Juan Penumbra cocina arroces, prepara asados o toca varias flautas a la vez. Me explico, el domingo además de cocinar lo que toca para ese día hay que preparar o medio preparar otras comidas para el resto de la semana, no sea que esos duendecillos trepadores, ávidos de comida casera y provistos de esos utensilios que ahora se les llama desparpajadamente “tupers” (antes fiambreras) se queden sin su ración.

Este domingo voy a cocinar una porrusalda con bacalao. En cierta ocasión el inspector Maigret robó una porrusalda cocinada por Penumbra y todavía está durmiendo la siesta de la satisfacción que experimentó. Si nombramos a Maigret debemos nombrar a Paul Bocuse gran cocinero y ferviente partidario de los guisos caseros de Juan Penumbra. En cierta ocasión Bocuse probó en casa de Penumbra un fricandó que mereció un largo comentario por parte del gran cocinero francés. Ni qué decir tiene que el maestro Bocuse dejó por los suelos los fricasés franceses.

Cada vez que Bocuse visita a Juan Penumbra lo hace de incógnito, pues dada la proximidad del restaurante de Carmen Ruscalleda éste teme que esa señora irrumpa orangutanamente en su casa para pelotear un poco al maestro y molestar a Juan Penumbra en definitiva. Con lo pesada y porfiadora que es esa mujer podría provocar una grave indigestión al maestro Bocuse y un severo ataque de ira al anfitrión Juan Penumbra. La casa de Juan Penumbra no es un plató ni un programa de TV3 en los que pueda irrumpir toda la familia Ruscalleda con la trompeta del esposo incluida, cuando les venga en gana.

Hecha esta larga introducción vamos a entrar en materia y cocinemos una estupenda porrusalda con bacalao. Para ello necesitamos un par de puerros medianos y bien frescos contados en rodajas, un par de zanahorias medianas cortadas en medias lunas, una cebolla picada, patatas suficientes, vino blanco, caldo vegetal y unos 200 gramos de bacalao desmigado y bien desalado. Sobre el punto de sal del bacalao hay mucho que discutir y me temo que difícilmente llegaríamos a un acuerdo con los que lean esto (si es que hay alguien que lo lee). Yo soy de los que opina que el bacalao debe mantener un punto de salazón sin el cual no es bacalao, es otra cosa de enjundiosa calificación pero nada parecido al bacalao.

Vamos a empezar por rehogar la cebolla y la zanahoria durante unos veinte minutos a fuego suave, seguidamente añadimos el puerro que removeremos con cuidado para que se poche y se deshaga lo menos posible, acto seguido agregaremos un vaso de vino blanco que habremos probado previamente para cerciorarnos de su calidad y de que no está picado. Evaporados los alcoholes del vino, añadiremos las patatas que tendremos cortadas en cascos del tamaño de un bocado, las marearemos con el conjunto del sofrito y acto seguido procederemos a verter en la cacerola el caldo vegetal o agua para que se cuezan las patatas. Esto nos llevará unos veinte minutos, pasados los cuales añadiremos el bacalao, removeremos y dejaremos cocer por espacio de unos diez minutos más. Rectifiquemos el punto de sal. Ni qué decir tiene que este guiso de cuchara requiere comerlo dos veces, quiero decir comer dos platos y que como todos estos guisos está más rico recalentado, es decir, guisarlo hoy para comerlo mañana. Una ensalada le viene bien a este guiso pero no descartemos preparar unos pimientos asados que aliñaremos con ajo picado y un buen aceite de oliva virgen extra.

Recomiendo un vino tinto con pocos recovecos, de esos que son difíciles de olvidar o que se recuerdan tanto o más que el guiso que hemos compartido y disfrutado. Que aproveche.


lunes, 31 de octubre de 2011

OTOÑO CON CALDITO

CAZUELITA DE GARBANZOS CON ESPINACAS


A Juan Penumbra le gusta el otoño aunque sea una estación que invita a la melancolía. Su estación preferida es el verano, el calor, los días largos, el mar los paseos; en definitiva esa forma de vida provisional del estío. Hasta hace no mucho tiempo, Juan Penumbra vivía despreciando el invierno, sufriendo el frío que vivía como una maldición, despreciando el otoño al que le atribuía las causas de los males de media humanidad y los suyos propios y solamente esbozaba una leve sonrisa cuando notaba síntomas de primavera, una estación a la que amaba tanto como desconfiaba de ella.

 Con el tiempo ha aprendido a valorar las ventajas de cada estación, -que sin duda las tienen- salir del verano para ir paulatinamente mutando los hábitos veraniegos e incorporar sin darse casi cuenta los que son propios del invierno, es una de las funciones según Juan Penumbra de esta maravillosa estación llamada otoño.

El otoño invita a cambiar los modos de vivir y la vestimenta informal del verano muda en otros atuendos y usos más convencionales, acordes con el cambio de temperatura y como no podía ser de otra manera lo que comemos también sufre una mutación no poco relevante.

Con la caída de la hoja y los primeros aires frescos apetece comer algo de cuchara que ayude a templar el ánimo y las vísceras. Se me ocurre un caldito de gallina con un hueso de jamón y otro de ternera, con los compangos que encarten y si es preciso le pondremos también un buen puñado de garbanzos a los que después propondremos diversas utilidades todas ellas exquisitas. Me viene a la memoria una de esas formas de acabar con los garbanzos del caldo, me refiero a los garbanzos con espinacas a la manera de Luz García cuando se pone el delantal.

Para esos garbanzos con espinacas necesitamos unas espinacas que habremos cocido ligeramente y tendremos escurridas.

Pongamos pues una cacerola al fuego a calentar con un buen chorro de aceite que no debe ser escaso y excesivamente abundante pues en estos tiempos no hay que desperdiciar nada ni echar por el agujero grueso todo lo que puede salir por otro más fino. Calentemos pues el aceite y echémosle un par de dientes de ajo picados para que se doren, cuidemos que no se quemen los ajos, añadamos las espinacas y removamos todo para que se mezcle bien y vaya perdiendo humedad.

Una vez evaporado el líquido de las espinacas, añadamos los garbanzos, removamos y a continuación echémosle un buen pellizco de comino; seguidamente mezclemos bien y antes de añadir una buena cucharada de pimentón de la Vera no ahumado le añadiremos un cucharón del caldo para que dé un poco de fluidez  al conjunto, removeremos y después rectificamos el punto de sal y pimienta.
Hay quien primero fríe una rebanada de pan no muy grande y después la machaca junto a los ajos fritos enteros. Aún gustándome ésa variante, prefiero no añadir pan y que los ajos estén picados y mezclados con el resto de ingredientes.

Propongo hambre y un buen vino para degustar este plato, lo demás viene solo, en el caso de que venga, claro.


sábado, 1 de octubre de 2011

MELCHOR, ACUSA LA CAÍDA DE LA HOJA




El Gallo de San Pedro

El Restaurante Casa Leopoldo tiene aires taurínos, Mi pariente Mario Cabré había comido o cenado alguna vez en aquella casa

Dando un paseo por los recuerdos Melchor llegó a un rincón de su archivo  de hechos vividos en el que no deseaba recalar de ninguna manera, pero ya se sabe que muchas veces vamos a por lana y salimos trasquilados. Lo que tenía que haber sido un revival de sucesos agradables de recordar se convirtió en una pesadilla.
Querer recordar el número de señoras con las que se ha yacido y compartido mesa y mantel es un trabajo que requiere importantes medidas de seguridad o bien tener una facilidad extraordinaria para correr velos y tupidas cortinas soslayando lo que hace daño o lo que no nos enorgullece de haber dicho o hecho.

Cuando uno recuerda lo recuerda todo, los hechos van concatenados y no es posible arrancar capítulos de lo vivido, y por ello, se impone la necesidad de elaborar subterfugios y muletillas que sin pretender ser una eficaz goma de borrar, actúan de llave de paso que desvía los recuerdos hacia otras aguas más tranquilas.

Melchor procuraba pasar los malos ratos en buena compañía, con buena comida y buenos vinos. Los malos rollos –cómo él decía- hay que saltárselos con una buena pértiga, una buena pértiga de material sintético que no se rompa cómo el bambú y acabe clavándose las astillas en el culo del alma u otras partes más sensibles y dolorosas.

Para disipar esos nubarrones que conforman lo que él llamaba mal rollo, siempre llamaba a las mismas personas, a los de su máxima confianza, que habían vivido con él muchos episodios de mal rollo y conocían con más o menos exactitud el fondo de esos días negros que asomaban de cuando en cuando y que tanto mal estar y desasosiego proporcionaban a Melchor. Los amigos no dudaban en acudir a la llamada de Melchor, eran amigos y él era amigo de sus amigos, siempre estaba a la altura de las circunstancias. Tampoco nos confundamos, no era un llorón, era un sufridor.

Uno de los más allegados era una chica de provincias que había conocido  casualmente hacía años en la barra del Dry Martini a altas horas de la madrugada. Aquella noche de sorpresas no solo descubrió Melchor que su recién regresada amiga con derecho a roce además de poseer más tetas de las que parecía, también llevaba algo en el cinto de sus vaqueros que era más que un complemento; era una pistola con su cartuchera.

Las cosas no suceden por que si, son como son y una pequeña dosis de casualidad hace que dos personas se encuentren y con la ayuda de ese aditamento llamado alcohol se diluyan las barreras ya sean estas, de timidez, de prejuicio o simplemente pereza. No nos confundamos, no todo lo puede el alcohol ni es cuestión de llenar copas, debe haber una conexión entre las personas para que éstas empatizen, relajen sus defensas y cedan sus diques de contención emocionales.

Macarena, así se llamaba la armada joven de tetas generosas, había sido destinada a Barcelona para ocupar una plaza de subinspector del Cuerpo Nacional de Policía; aceptar ese traslado era la única forma de ascender, de poder llegar al empleo de inspectora en un plazo de tiempo breve, sin embargo, eso le costó cortar una relación de años, una relación de esas que están predestinadas a acabar en el altar mayor con flores a María, olor a azahar o bien con una ruptura dolorosa motivada por unos cuernos agudos, puntuales y puestos con sentimiento de culpa posterior. Todos sabemos que esos síntomas se mitigan con infusiones de tila y largos chorros de Aguardiente Machaquito, pero no es ese el tema que nos interesa. Ése no fue el caso, su partener le dijo tu carrera o yo a lo que sin parpadear ella respondió: Yo y mi carrera.

Macarena llevaba dos meses en Barcelona, ya había estado destinada en prácticas hacía unos años, marchando a Madrid para ejercer su profesión una vez graduada. En esta etapa de prácticas conoció a Melchor y empezó su aprendizaje amoroso-gastronómico-etílico-sentimental de la mano de éste.

En el corto espacio de tiempo que llevaba en Barcelona se había ganado cierto respeto por parte de sus compañeros y sus superiores. La rabia acumulada por lo mal que llevaba su ruptura hacía que viviera únicamente para el trabajo, dedicando todo su instinto felino a putear a los camellos, a los consumidores pijos y a las putas de alto standing bajando de lujosos coches de alta gama. Todo era cuestión de enseñar la placa, pedir la documentación y echar contra el capó al propietario del coche si decía aquello de: “no sabe usted con quién se mete”... “esto tendrá consecuencias”... “todos los martes ceno con el jefe superior de Policía....”. A lo que ella contestaba dando una patada en el muslo del cabrón: si y después os la chupáis, cacho mamón...””

Después de darse un buen lote en la oscuridad del Dry Martini, Melchor dijo: ¿tienes hambre, rubia? A lo que ella respondió: ¡sorpréndeme catalino! Melchor pensó para si: te voy a sorprender en todos los sentidos.
En el coche de ella descendieron a la parte baja de la ciudad que aquella hora empezaba a poner el mantel en la mesa para cenar, un mantel con algún que otro lamparón de esos que no se quitan pero se disimulan poniendo algo encima.

Apurando los límites de velocidad y los ámbares de los semáforos llegaron a la Plaza de la Garduña en la que dejaron el coche, accedieron a la Rambla dónde se encontraron con Juan Penumbra que al ver los ojos chispeantes de ambos rehusó a sumarse al proyecto de cena, además Juan Penumbra llevaba encima lo suyo y no quería aguar la fiesta a Melchor, además había quedado con su amiga Nuria que venía de Madrid y tenía tantas cosas que contarle como ganas de verla.  Se despidieron no sin antes prometer que se llamarían para quedar y comer o cenar antes de que acabara el mes. Juan Penumbra los dejó repasando sin miramientos el escote  y el culo de Macarena que aunque ella se daba cuenta no le importaba, estaba acostumbrada y tampoco le importaba ser observada. En repetidos escarceos amorosos semi-públicos había descubierto su lado exhibicionista al que no le hacía ascos. Después de este encuentro pensó, ya tengo una cosa más que contarle a Nuria.

Melchor y Macarena subieron por las ramblas hasta llegar a la esquina de la calle Tallers en la que se encuentra la Coctelería Boadas en la que tomaron un Negroni cada uno, seguidamente, apremiados por el hambre se dirigieron a la calle Hospital y emprendieron el camino hacia Casa Leopoldo en el corazón del viejo barrio chino. Quedaba lejos para ir andando pero Melchor no quería meterse con su flamante auto en un barrio tan conflictivo.

 Rosa Gil, la propietaria del afamado restaurante les recibió con el cariño y la sencillez que dispensa a sus clientes y amigos. Una vez acomodados en una mesa debajo de la foto de Manolo Vázquez Montalbán, pidieron un plato de cap i pota para compartir en honor al hombre de la foto que les miraba con cierta simpatía, realmente parecía que MVM escrutaba con su mirada los pensamientos de ambos y que tomaba mentalmente notas para una de sus novelas.

Después de saborear el cap i pota Melchor reflexionaba sobre los motivos por los cuales estaba sentado allí, en aquel restaurante con aquella mujer que si bien le permitía esperar un agradable final de velada con cohetes y tracas, no era menos importante la compañía, la calidez de su mirada que muy a pesar de los años transcurridos y la profesión que ejercía, conservaba un toque de inocencia y candidez.

Habían pedido un Gallo de San Pedro al horno, que las expertas manos del camarero repartía en sendos platos de los de antes, de los de toda la vida: blancos y grandes, sin dibujitos ni cosas raras. Terminado el segundo sin pasar por los postres acabaron la botella de Cava Recaredo que habían pedido, pidieron cafés y grappa. Melchor pidió la cuenta, pago y se marcharon hacia la Rambla del Raval dando un paseo de dubitativos y torpes pasos hasta que llegaron a un banco en el que se sentaron dando la espalda a los potenciales peligros que podían acecharles en aquel conflictivo y peligroso barrio. Abrazados como si intentaran un intercambio térmico que mitigara el ligero temblor que se había apoderado del cuerpo de Macarena, aquel cuerpo del que él conocía todos los rincones y había observado desde todos los ángulos y perspectivas, ocultándolo  con la corpulencia, dominándolo con la fuerza de un solo brazo infinidad de veces con distintos pero nunca avaros propósitos.

domingo, 28 de agosto de 2011

RESTAURANTE FONDA "CASA VIRTU" (II)




Las peras cocidas con vino y especias son un regalo para los sentidos..... y un postre magnífico.



Las patatas guisadas con pulpo son una joya gastronómica, no olvidemos añadirle una cucharada de all i oli a cada plato...
El verano se acercaba a su fin y entre Virtu y su pretendiente no había habido poco más que inocentes escarceos de aprendiz con poca fortuna pero con gran fuerza de voluntad. Pero lo que se dice progresos, no los hubo y no parecía que el Mosso, abonado a la decencia mal entendida fuera a cambiar de tercio.
Melocotón de viña con vinito seco y canaela, fresquito de la nevera....
La temporada muy a pesar del mal tiempo estaba siendo agotadora. Virtu, haciendo gala de sus dotes de buena cocinera y mejor negocianta previó que al no haber playa los veraneantes se cansarían de estar en el apartamento y tirando de tarjeta de crédito se hincharían con los ricos y económicos menús de ese portento de la madre naturaleza.
Para Miquel el Mosso, la temporada también había sido dura, muchos desahucios y un exceso de celo –por llamarle de alguna manera—de los mandos del cuerpo que cansados de tener sus porras enmohecidas decidieron poner remedio a tan acuciante problema dando carta blanca a los efectivos policiales para poner remedio con prontitud a tan anómala situación. La temporada había hecho mella en él, había perdido peso muy a pesar de los guisos que con esmero la preparaba Virtu.
Como ya se ha dicho, la temporada veraniega no se presentaba muy halagüeña para ella y su negocio. El mal tiempo y la crisis se hacían notar en la recaudación y eso no hizo más que poner en tensión las innatas cualidades de buena negociante que adornaban a Virtu. Era dura con los proveedores, les retorcía la mano hasta que le daban el precio que ella quería y le sacaba todo el jugo posible a la mercancía.
Virtu ideó un menú veraniego con precio cerrado que consistía en preparar cazuelas de fideos con pescado y algo de marisco que iban precedidas de un plato de pescado frito y una ensalada, el vino era a granel, el de la casa, bien fresquito y servido en frascas de grueso vidrio. El menú ideado por Virtu hacía las delicias de los veraneantes que cortos de fondos que podían comer bien a un precio razonable que no superaba los diez euros por persona y un menú de plato único para niños a cinco euros. Con estos precios Virtu se forraba, veía el comedor a rebosar y la lista de reservas estaba más que completa. Las habilidades de Virtu permitían variar el menú ofreciendo varios platos apetecibles para no dar la impresión de ofrecer siempre lo mismo.
La relación con su prima Merche estaba pasando por un momento bajo, las broncas que le pegaba Virtu eran de aúpa y no siempre merecidas. Merche sabía cómo enfurruñar a Virtu, la conocía tanto que al verle la cara por la mañana podía intuir el panorama que se presentaba para el resto de la jornada. Ésa era el arma que tenía Merche para defenderse de las iras de Virtu. A pesar de todo lo que se habían dicho las dos primas, Merche sentía un gran afecto y admiración por su prima, le reconocía aptitudes y conocimientos que ella se veía incapaz de igualar, en definitiva, se sentía inferior a Virtu en muchas cosas y veía en ella un referente. Pero Merche también sabía que le podía enseñar a su prima muchas otras para las que, hasta el momento, se había mostrado francamente patosa o carente de habilidad.
Un día por la mañana, a primera hora, Merche se armó de valor y cogió a Virtu por la muñeca y le dijo: “tú y yo tenemos que hablar y de hoy no pasa, prima.
Virtu no pudo reaccionar, Merche la arrastró hasta una despensa donde guardaban las conservas y los sacos de legumbres. Ambas se sentaron a la vez, frente a frente sobre un saco de garbanzos una y en uno de lentejas la otra, todo ello sin que Virtu saliera de su perplejidad. Arrancó Merche sin soltar a su prima, Virtu: “quiero que sepas que, aunque tú y yo somos distintas en casi todo y tu no me tragas, yo soy tú prima y te quiero como tal y por eso me he decidido a hablar contigo. Veo que aunque el negocio te va bien, tú vida es un desastre, no eres feliz y llevas camino de no llegar a serlo nunca por lo menos en lo que se refiere a ser capaz de tener una o varias parejas, a disfrutar de ciertos placeres que estoy segura desconoces y el mamarracho ése del Mosso nunca será capaz de proporcionarte. ¡Pero, Merche! Ni Merche ni hostias en escabeche, ¡déjame acabar! Te decía que a ése mamarracho de la Plana de Vic solo y únicamente se le pone dura cuando da con la porra en el culo a una de esas desgraciadas que quieren cambiar el mundo y poca cosa más. Créeme Virtu, lo digo por tu bien,  manda a ese picha floja a la mierda y déjate aconsejar por mí, que algo he aprendido en las discotecas de los polígonos y en los asientos traseros de los Seat Ibiza.
Virtu se quedó perpleja, con la mirada extraviada pero interiormente sentía una liberación. Alguien había sido capaz de ponerle nombre, apellidos y causa a su malestar crónico, a esa desazón que la embargaba casi siempre y la hacía intratable. Sin duda habría un antes y un después de aquella conversación con su prima Merche, aunque más que una conversación fue un monólogo  ya que la receptora de la perorata no fue capaz de reaccionar hasta el cabo de unas horas. Ambas se levantaron no sin antes fundirse en un sincero y tierno abrazo que duró un minuto pero que pareció más largo para Merche, acostumbrada a la poca tendencia de su prima a mostrar señales de afecto.
Aquel día el pescadero había traído mucho género: Congrio, arañas, chicharros y pulpos pequeños y medianos; también otros de menor tamaño de los que se usan para hacer fumet y sopas de pescado. Virtu llamó a su prima y le dijo en un tono poco habitual, por lo cortés y amable, que le ayudara a clasificar el pescado y si podía, que reuniera una cantidad y una variedad suficiente para hacer una buena cazuela de “suquet de Peix”. Para ello, había que reunir un buen número de arañas, y un par de escórporas de buen tamaño, un poco de rape y algo de marisco, lo demás era ya cuestión de saberes culinarios y saber pergeñar una picada adecuada al suquet.
Virtu le dijo a Merche: Ves prima, hacemos un suquet, con unas buenas patatas del buffet cortaditas en lonchas lo dejamos expuesto en la mesa y todo el que entre olerá esa maravilla.” Merche no salía de su asombro. Realmente parecía que habían cambiado a su prima por otra mujer.
Virtu hizo un somero recuento de los pulpos que había y mentalmente decidió que por el tamaño y la cantidad era mejor elaborar un buen guiso de patatas con pulpo para ofrecer la ración  a un precio asequible a los veraneantes. La cantidad de mejillón que había entrado aquel día no era nada despreciable y ya le había dicho a Merche que se cogiera a una de las “moritas” que ayudaban en la cocina y le enseñara a limpiarlos. Merche no se lo pensó dos veces y llamó a Fátima la más despierta y dispuesta para el trabajo y que no llevaba el dichoso pañuelito que se ponen cuando les viene la regla, ni tenía intención de ponérselo. Mientras Virtu había empezado a cocinar, estaba elaborando una salsa para los mejillones a la marinera, que consistía en un generoso sofrito al que le añadía vino blanco y algo de guindilla. Todos en la cocina sospechaban que en aquella botella había algo más que no era vino blanco, pero nadie se atrevía a averiguarlo no fuera que Virtu cumpliera su amenaza.
Aquél día, finalizado el servicio, Merche le dijo a su prima: Virtu hoy tú y yo salimos. Lo dijo en un tono imperativo  que no daba lugar a equívocos todo y que el día había sido muy duro en la cocina y ambas estaban cansadas.
Virtu le espetó: ¿A dónde me quieres llevar?”; “Tú no hagas preguntas, vamos a tú casa, nos duchamos, descansamos un poco y salimos a una hora prudente para volver a una hora indecente. exclamó Merche con una risotada, ¡Hecho! respondió Virtu, me has convencido.
Durante la jornada Virtu no paraba de darle vueltas a lo que le había dicho su prima. No dejaba de repetirse las cuatro verdades que le había espetado Merche y estaba convencida de que realmente las cosas podían cambiar.
Ya en casa de Virtu, se ducharon y cenaron algo ligerito, sentadas en el sofá con una copa de champán francés en la mano, Virtu y Merche se miraban y no sabían qué decir. Arrancó Merche.
Prima: Después me dejarás que yo te maquille y te haga un peinado diferente al moño ese que te acompaña desde que hiciste la primera comunión. He traído mis pinturas en la bolsa con la ropa y los zapatos pensando en que de hoy no pasaba. Virtu se ruborizó como una colegiala al oír esto.
Aquel verano Virtu había adelgazado, al trajín del trabajo se le unía esa desazón que se había agudizado después del traumático encontronazo con el Mosso en la cámara frigorífica. Decididamente, en la vida de Virtu había un antes y un después del paso y estancia en la cámara.  Todo había contribuido a mejorar su figura ostensiblemente aunque anímicamente hubiera empeorado, pero aquella noche, mejor dicho después de la conversación con su prima, empezaría a ver la luz al final del túnel.
Merche había trazado un plan, una estrategia prodigiosa y maléfica según desde el punto de vista con que se juzgue, pero a su prima Virtu esa noche le iba a cambiar la vida o por lo menos las cosas comenzarían a ser de otra manera. Merche había quedado con un par de amigos, uno de los cuales le bailaba el agua a Virtu, pero ella no se había dado ni cuenta de ello, su carácter endiablado y el anteponer el trabajo a cualquier otro aspecto de la vida le había hecho perder muchas secuencias interesantes de ese largometraje que es la vida.
Mientras Merche maquillaba a su prima la iba preparando para lo que tenía que venir esa noche, la sonsacó hasta no poder más, Virtu se vació, contó a su prima todo lo que sabía y no sabía (que no era poco) de los lances y prácticas amorosas, de carantoñas y arrumacos, de tocamientos profundos con cortejo, besos y caída de ojos que daban permiso para empezar a jugar con los deditos en esa gruta tan deseada como resbaladiza, cosa que la hacía no apta para diletantes y demás especies de gandules. Procura que no se te alivien en la cara o dado el caso, que descargue donde tú no quieres que lo haga. Para eso hay que estar de acuerdo. Mira Virtu esto es como hacer un all-i-oli, tu lo has hecho miles de veces y seguramente se te ha cortado alguna vez, ¿verdad?, pues eso, todo es cuestión de cogerle el punto y no tener prisa  por terminar ni por empezar.
Prima dijo Merche, hay una cosa que quiero que hagas y practiques antes de salir de casa, ¿tienes polos en el congelador? Claro que tengo, Merche, en verano nunca faltan polos en mi congelador,”; “Pues bien, quiero ver cómo te comes un polo, como empiezas y como terminas. Ya veo por dónde vas, Merche, exclamó Virtu que estaba inusualmente desinhibida y dócil.
Merche se quedó perpleja con la facilidad que mostraba Virtu para aprender, y el dominio del que hacía gala manejando el polo de limón que enterraba casi por completo en su boca. Vamos bien, pensó.  Sin embargo Merche temía que una vez lanzada su prima no supiera parar y lo entregara todo a la primera. Para evitar esta situación Merche decidió prevenir en vano  a su prima que estaba muy animada y no estaba por escuchar peroratas. Viéndose perdida, a Merche le entraron todos los miedos y no veía como parar o al menos ralentizar lo que había iniciado ella misma.
A la hora de salir a la calle Merche agarró literalmente a Virtu por donde no se debe agarrar y le espetó. Como seas capaz de dejarte preñar, primero se la corto al tío y después te pego tal patada que dejas de abrir las piernas en lo que te queda de vida. Prima: ¡sin condón nada de nada!
Llegadas al punto de encuentro se les acercaron los dos jóvenes con los que Merche había convenido la cita. El primero, el de Merche, que tenía sus más y sus menos con ella en el almacén y el segundo, más bajito pero cuadrado de espaldas y que llevaba años fijándose en Virtu, no tardó nada en proponer que cada uno fuera por su lado y que ya quedarían otro día los cuatro para cenar. Ninguno de ellos puso reparos a la propuesta del fajador amigo de Virtu.
La parejita en cuestión tomó el camino más corto que les llevaría a un lugar solitario, cómodo y tranquilo. Todo estaba previsto, en lo más recóndito de un paraje costero el joven amigo de Virtu aparcó su amplio vehículo en cuyo portaequipajes había dispuesto una nevera de camping con un par de botellas de cava y unas pastitas saladas que había comprado en la afamada Pastelería Funtané. A dos pasos tenían una magnífica cala en la que podrían bañarse si apeteciera y los asientos eran abatibles ¿Qué más se podía pedir? Después de la primera copa de cava, se le soltó la lengua al joven amigo de Virtu que no paró de recordarle las veces que había ido a la cocina a llevar género y se había quedado mirándola, sin atreverse a decirle nada pero con un temblor de piernas que le impedía casi caminar con soltura. Reconoció el joven que la personalidad de Virtu lo dejaba acogotado, su carácter fuerte le hacía pensar que nunca ella se fijaría en él que era apocado y tímido. Javi, -así se llamaba el joven pretendiente- no paró de relatar al oído de Virtu la interminable lista de cualidades y virtudes que en ella veía, llegado este punto, ella tapó suave y cariñosamente la boca de Javi invitándole a no seguir adulándola. Acto seguido cayó la segunda copa de cava, con la que  llegaron los primeros besos que en nada se parecían al conato de beso con el Mosso de la Plana de Vic, todo venía rodado, fácil. Virtu le arrancó la camisa al joven partenaire como quien le arranca las hojas más feas a una lechuga, él mientras, no atinaba con los corchetes del sujetador hasta que al final cuando ella se agachó la luz de la luna llena le permitió a él atinar y deshacerse de ese molesto adminículo que realza la anatomía mamaría de las mujeres. Ante el desparrame glandular que siguió a la desaparición del sostén, el joven se volvió loco, no le parecía que allí hubiera tanta glándula. A los miles de rechupeteos, succiones y sopesamientos simétricos el joven sucumbió a las labores liberatorias que Virtu pretendía llevar a término en su masculinidad más feroz, dejó que la intuición balsámica de Virtu realizara lo que se espera en estos casos, con vocación fenicia Virtu culminó su prolongada caricia sin muestras de la más mínima fatiga o desagrado a lo que el joven quiso responder de la misma forma pero en diferente postura ya que comenzaba a temer por la integridad de sus dedos anular y corazón de su mano derecha. Seguidamente Virtu sintió cosas que no podía ni imaginar que existieran, experimentó  cálidas oleadas de bienestar recorriendo su cuerpo espasmódico. Fue entonces cuando recordó una vieja lectura de adolescente que le había dejado perpleja: No comprendía el motivo por el que en Francia a eso que ella había experimentado le llaman la “Petitte mort”. A partir de aquella bendita noche comprendió el motivo de ese nombre a tan bella sensación.


viernes, 22 de julio de 2011

RESTAURANTE FONDA "CASA VIRTU"


 Estas agraciadas señoritas eran pinches de cocina y estaban un poco acaloradas. Eso expica su nula vestimenta.


Esta señora es Dolores Esteva, antepasada mia y buena cocinera


Arroz negro al estilo de Dolores Esteva

Aquella especie de comedero ocupaba una finca angosta y larga de esas tan habituales en la comarca, unas fincas largas de más de sesenta metros y una anchura que no llega casi nunca a los siete metros. No entiendo a que obedece este tipo de parcelación pero seguro que viene dado por causas bien simples y de un sentido común aplastante.

El comedero, figón, o casa de comidas se llamaba “Casa Virtu” en honor a la hija mayor de matrimonio que sin hacerse acreedora de demasiadas virtudes su padrino no cejó en el empeño de bautizarla con ese nombre.

Virtu era culona, tetuda, miope, chillona y malhablada, además un marcado hirsutismo afeaba todavía más aquel físico endemoniado. Cocinaba como los ángeles y lo sabia, lo que provocaba que fuera un pelín tirana con el resto de la familia que ayudaba en la cocina del negocio familiar. No era extraño escuchar algún que otro grito contra su prima Merche a la que tenía especial simpatía: ¡¡Merche!! Te he dicho mil veces que no quiero ver ni un pelo en los mejillones, si no sabes, aprende y si no ves ponte gafas. Merche era estúpida de nacimiento y muy vaga. Se pintaba las uñas con mucho esmero para trabajar en algo en que  el esmalte era tan poco recomendable como maquillarse y ponerse zapatos de tacón. Merche lo sabía y persistía en ello: falda corta, medias de red negras con zapatos de tacón de aguja blancos o morados. Cada vez que se agachaba los camareros y personal masculino en general le hacían la ola. Un perfecto machihembrado de buenas maneras, buen gusto y policromía.

Merche esperaba llegar a provocar a Virtu hasta tal punto en que ésta le dijera: ¡Vete a tomar por saco, vete a tu casa y no vuelvas más, quítate de mi vista y búscate una esquina donde ofrecer los encantos que no tienes, calamidad, feto de chimpancé! Pero ese día no llegaba, ni llegaría.

A las siete de la mañana Virtu estaba en el mercado escogiendo el pescado para los platos estrella de la casa y las pescadillas para los menús más económicos que eran en buena medida los que sostenían aquella casa. No se iba sin visitar las paradas de casquería. Virtu era una cocinera completa que dominaba el producto marítimo así como el de gallinero, cuadra o establo, digna alumna de su abuela que había aprendido a cocinar con Rondissoni, la joven cocinera preparaba unos callos y un cap i pota excelentes, la lengua de vaca estofada, las carrilleras de ternera, el fricandó los bordaba.

Siempre hay un roto para un descosido y en el caso de Virtu esa máxima también  podía valer. Había un Mosso d’Esquadra recién llegado a la población que se quedó prendado de Virtu y todo por la vía gástrica, por el paladar, por los sabores y buenos ratos que este servidor del orden, la ley, l’ Estatut i la Constitución había pasado sentado a la mesa devorando las raciones de sardinas en escabeche, las manitas de cerdo, los mejillones a la marinera… y un largo etc. de preparaciones culinarias que se servían en aquella casa.

Mal disimulaba Virtu los efectos que producía aquel hombre uniformado en su establecimiento, hasta tal punto que llegó a pulir sus modales desabridos, su aspecto habitualmente poco cuidado comenzó a mudar paulatinamente en algo más cuidado y presentable, llegando incluso a pedir hora en un salón de belleza en el que la depilaron piernas, sobacos, bigote y entrepechos. Las ingles brasileñas se las hicieron en varias sesiones. La esteticien le practicó  una profunda limpieza de cutis, una exfoliación, peelings en todas partes, lo que se dice un tratamiento completo. Esa sensación que experimentaba le hizo olvidarse de comer, cosa que contribuyó a mejorar sensiblemente su figura.

Cada vez que el Mosso se acercaba a la cocina a Virtu se le subía el color y le temblaban las manos. Un día casi le abrasa con una olla de caldo que se desprendió de sus avezadas manos nada más oír su voz varonil con acento de la Plana de Vic. Virtu sabía que perdía los papeles nada más verle y se dijo a si misma que esto no podía continuar, esto no era vida y además este estado de continua ansiedad perjudicaba la marcha de la cocina. Se decidió a actuar.

Virtu no daba pie con bola y no veía la forma de agarrar a Miquel el Mosso y dejarlo fuera de combate aunque ella no era precisamente una experta en lances sexuales ni declaraciones de amor y pasión de los de aquí te pillo, aquí te mato.

Un día a media mañana Virtu estaba guardando la compra en la cámara frigorífica, el frío que se escapaba por la puerta invitaba a entrar y ponerse cómodo en ella, no en vano en aquella cocina había una temperatura que no bajaba de 39º durante todo el verano. En eso que entró Miquel que venía sudoroso y desaliñado y la cara contracturaza. Miquel había tenido una actuación seria y contundente con unos okupas y perroflautas empeñados en no respetar el orden y la propiedad privada y eso sí que no estaba dispuesto a permitirlo. La porra de colgaba del cinto de Miquel estaba húmeda y en su extremo había una gota que se resistía a desprenderse, no se sabe si era líquido cefalorraquídeo emanado de la cabeza de un perroflautas o bien de la ceja sangrante de un okupa. En su fuero interno Miquel creía que se había hecho acreedor de una mención especial por parte del Conseller Puig por la brillante y abnegada actuación que había tenido.

Ya se sabe que a uno le pagan por hacer bien su trabajo y que encima de cobrar no le van a dar a uno palmaditas en la espalda y un vale para una limpieza de sable en cualquier sauna. ¡Faltaría más! Pero Miquel no se esperaba la sorpresa que le iba a dar Virtu con la que iba a ver recompensado su heroico y brillante servicio.

Del interior de la cámara salió una mano que más parecía un garfio que agarró a Miquel y lo metió para dentro del refrigerado recinto. La lengua de Virtu dejó echa puré la úvula del servidor del orden y la ley al entrar como un torpedo en su boca, Miquel pidió una pausa para recuperar el resuello que le fue concedida de mala gana. Un nuevo ataque no se hizo esperar, esta vez Virtu agarró lo más sensible y querido del Mosso lo que provocó un grito que se vio ahogado por una nueva incursión de la lengua de Virtu en la boca de su víctima. De nuevo el Mosso estaba en una situación más que crítica que sin embargo fue capaz de remontar, dándole tiempo a reaccionar cogiendo las esposas y poniéndoselas a la agresora, posesa no poseída; no en vano era un profesional avezado en peores lides que esta. Miquel dijo un ¡basta ya! que hizo reventar los ojos de las merluzas que allí aguardaban su turno para acabar en el horno, la plancha o la freidora.

 El Mosso dejó esposada a Virtu al gancho que sostenía una pieza de lomo alto de buey, recompuso sus ropas y salió zumbando de allí dejando a Virtu hecha una furia, pero no fue lejos, se arrimó a la barra y pidió una caña de cerveza y una tapa de boquerones fritos que engulló en un momento. Repuesto ya, se dirigió a la cámara mirando que nadie le viera y se metió dentro sigilosamente, para entonces Virtu ya no estaba furiosa, estaba exhausta y a una temperatura sexo-corporal más que adecuada.

El Mosso antes de soltarla le reconvino seriamente y le dijo que quería hacer las cosas como Dios y la Iglesia manda. Primero pedir la mano a los padres, segundo presentarle a los suyos y tercero unos añitos de noviazgo hasta que él ascendiera dentro del cuerpo. También acordó el Mosso abrir una cartilla de ahorros a nombre de los dos en “la Caixa” para poder montarse un pisito, comprar el ajuar y hacer un bonito vieja de novios a Palma de Mallorca y a Montserrat para visitar a la moreneta y dejarle el ramo de novia. Mientras deberían mantener una actitud decorosa y no conocerse carnalmente hasta la noche de bodas. Virtu soltó un taco y un lacónico “vale” dirigiéndose a la cocina a preparar una zarzuela y dos cazuelas de arroz negro que le habían encargado.

Merche seguía limpiando mejillones, raspando cada valva con un estropajo de níquel que es la mejor manera de limpiarlos y entre mejillón y mejillón intercambió fluidos de todo tipo con el mozo que proveía de pan a tan prestigioso restaurante.


jueves, 14 de julio de 2011

MÉNDEZ,PENUMBRA, BOCCARDI & Cía

Andrea Boccardi era un viejo policía venido a menos, de la misma edad que Méndez y con los mismos problemas prostáticos y de reuma. Ambos se levantaban tres veces durante la noche para echar cada vez un fino chorro de orina que de ser agua no saciaría la sed de un zorzal. Cada excursión al baño era acompañada en ambos casos por un sinfín de jaculatorias en las que se nombraba varias veces a la santísima virgen María, a los clavos de cristo y a no sé que adminículo que tienen las señoras ahí en el frontispicio de su flor.

La era Berlusconi había hecho que este veterano policía, bregado en los conflictos de una gran ciudad como Milán primero y luego Bolonia, se viera postergado por sus mandos afines al nuevo orden, el orden impuesto por esa anomalía votada masivamente por la mayoría de los italianos. Andrea sabía mucho de tramas negras, de policías que actuaban en connivencia con los neofascistas de mafias que traficaban y trafican con inmigrantes y un largo etcétera.

Ya en Barcelona, Méndez con el preceptivo permiso de su amo Don Francisco González Ledesma, reservó un par de habitaciones en el Hotel del Pi en la céntrica calle del mismo nombre. La vetustez de los edificios de aquella zona obraba un efecto benéfico en Méndez que como es sabido y conocido, le sientan mal las incursiones en zonas con escaso nivel de humo de tubo de escape y poco Co2. Tenía Méndez una duda que le paralizaba y no le dejaba pensar, que no era otra que si debía llevarse toallas o las ponía el propio hotel y si era el caso, le preocupaba si ese detalle encarecía el precio de la habitación.


Ya instalados en sus respectivas habitaciones Boccardi recibió una llamada de Juan Penumbra que le anunciaba su inminente llegada al hotel. El papel de Penumbra en este caso era de mero colaborador o mejor dicho de anzuelo o señuelo. La amistad que le unía a Méndez y al comisario jefe Fernández Ledesma  así como su ociosidad fruto de un ERE presentado por el Conseller de poca Salud, Boi Ruiz, le había dejado en la puta calle jodido pero contento, con el tiempo libre necesario para poder colaborar con la policía en operativos de altos vuelos y no aburrirse.

Llegado Juan Penumbra al hotel les llamó desde recepción para  llevarles a cenar a una taberna vasca que estaba cerquita del hotel, en la que ponían chuletones de dos kilos y toda clase de pinchos, incluidos los de teta de monja novicia, al principio Méndez arrugó el morro y frunció el ceño y adujo que no se sentía bien que lo suyo eran los bocadillos de mortadela de olivas y el vino de tetrabrik. Juan Penumbra conocía bien a Méndez y sabía en qué parte debía darle para ponerle firmes y así fue. Penumbra, que en su papel de empotrado en esa misión cobraba un papel casi de primer actor por la gravedad de lo que allí se iba a ventilar, cogió a Méndez por lo huevos y le dijo que aunque llevara un Colt capaz de parar una locomotora en cuestiones de manduca era él quien mandaba y que además para su anemia crónica el chuletón le vendría muy bien. Pero Méndez, ¿no te das cuenta de que el color de tu piel asusta a los niños y parece que estés circulando con permiso del sepulturero? Necesitas un chuletón y te lo vas a comer. Ante tanta insistencia, Méndez se dejó adoptar por Juan Penumbra.

Camino del restaurante y justo al pasar por delante del Bar del Pi, Boccardi quiso entrar a mear, su vejiga no soportaba ni un mililitro más de orina. Una vez dentro del bar en el que pidieron algo para justificar las meadas, repararon el la foto de Rafael Vidiella y en la placa conmemorativa de la fundación del PSUC. Juan Penumbra y Méndez se miraron y no dijeron nada, esta era una mirada de perseguido a perseguidor y viceversa. Una vez concluida la meada a la italiana de Boccardi prosiguieron su marcha hacia la calle del Cardenal Casañas hasta llegar a la taberna vasca Irati en cuya barra Méndez clavó los codos y empezó a devorar pinchos de morcilla y chistorra a dos carrillos, pidió un vino para deshacer el tapón de  mortero compuesto por pan, morcilla, chistorra, huevo duro y otras materias que le tenían el esófago atascado y al borde de la rotura.

Cosas de viejos le dijo Penumbra al camarero, mientras Boccardi saboreaba los pinchos de marisco con mayonesa y se le ocurrió pedir un Negroni, cosa que desencadenó una mirada de furia por parte del baserritarra metido a camarero con cara de mala hostia: Aibalahostia, caguendios, el guiri de los cojones, que mierda mariconada me esta pidiendo, ¿A que le calzo una hostia? Méndez sin apenas inmutarse sacó su Colt de la sobaquera y lo depositó sobre la barra, esto fue suficiente para que el baserritarra nervioso recriado en Hospitalet padeciera un súbito desarreglo intestinal  que le hizo abandonar el puesto de trabajo dejando tras de sí, un olor y un reguero más que sospechoso.

Sentados ya en la mesa, Penumbra pidió unas anchoas del Cantábrico, chuletones acompañados de alcachofas rebozadas, pimientos del piquillo y una fuente de patatas fritas. Boccardi asintió poniendo cara de escéptico, Méndez se había colocado la servilleta atada al cuello y en cada mano un instrumento de disección con que facilitar el despiece en trozos manejables y masticables de chuletón. Comieron, bebieron a placer y de postre tomaron leche frita que resultó ser un gran descubrimiento para Andrea que estaba empeñado en probar la crema catalana o bien ser fiel al tiramisú.

A la hora de los cafés, llegó el inspector jefe Rodríguez Ledesma para repasar por encima el operativo del día siguiente y aprovechó para tomarse tres cafés y media botella de Ratafía. Salieron a la calle y allí mismo haciendo un pequeño corro les puso al corriente de la gravedad del caso. “Tengan ustedes presente que van a prestar un gran servicio a…”  ya empezamos dijo Penumbra, cuándo oigo la cantinela de gran servicio me entran ganas de marcharme a mi casa y acostarme. El inspector jefe le calmó y le dio todo tipo de explicaciones, asegurándole que al día siguiente comerían callos o arroz con bacalao, Penumbra y Méndez asintieron y Boccardi no dijo nada, poniendo cara de pensar que esta gente está como putas cabras.

¿Para qué hemos sido convocados? ¿Qué asunto tenemos que resolver que hasta habéis llamado al pobre Andrea? Calma señores, calma, el motivo es ni más ni menos que el siguiente: el primero es juntarnos todos, que hace tiempo que no nos vemos, Boccardi explotó: ¡Porco Dio, maiale, santa madonna putana infame! Nada, nada ya sigo: Me ha llamado el Presidente Montilla para que recuperemos la Medalla d’Or de la Generalitat que en su día se otorgó a Nelson Mandela y que le robaron el mismo día que se la dieron. Parece ser que los ladrones no la pudieron vender y ahora con la puta crisis van algo justos de tesorería y quieren devolverla a cambio de un rescate y ahí, es dónde entráis todos ustedes vosotros. Penumbra tendrá la función de mediador, irá con el fajo de parné al Café de la Opera con un clavel rojo en el ojal y una pajarita en lugar de corbata y en el momento oportuno zas, entramos todos en tromba jodemos vivo el tío ese y a poder ser que alguien le de un codazo en los morros y le deje sin dientes,  para que aprenda que con los símbolos de las instituciones no se juega.