viernes, 22 de julio de 2011

RESTAURANTE FONDA "CASA VIRTU"


 Estas agraciadas señoritas eran pinches de cocina y estaban un poco acaloradas. Eso expica su nula vestimenta.


Esta señora es Dolores Esteva, antepasada mia y buena cocinera


Arroz negro al estilo de Dolores Esteva

Aquella especie de comedero ocupaba una finca angosta y larga de esas tan habituales en la comarca, unas fincas largas de más de sesenta metros y una anchura que no llega casi nunca a los siete metros. No entiendo a que obedece este tipo de parcelación pero seguro que viene dado por causas bien simples y de un sentido común aplastante.

El comedero, figón, o casa de comidas se llamaba “Casa Virtu” en honor a la hija mayor de matrimonio que sin hacerse acreedora de demasiadas virtudes su padrino no cejó en el empeño de bautizarla con ese nombre.

Virtu era culona, tetuda, miope, chillona y malhablada, además un marcado hirsutismo afeaba todavía más aquel físico endemoniado. Cocinaba como los ángeles y lo sabia, lo que provocaba que fuera un pelín tirana con el resto de la familia que ayudaba en la cocina del negocio familiar. No era extraño escuchar algún que otro grito contra su prima Merche a la que tenía especial simpatía: ¡¡Merche!! Te he dicho mil veces que no quiero ver ni un pelo en los mejillones, si no sabes, aprende y si no ves ponte gafas. Merche era estúpida de nacimiento y muy vaga. Se pintaba las uñas con mucho esmero para trabajar en algo en que  el esmalte era tan poco recomendable como maquillarse y ponerse zapatos de tacón. Merche lo sabía y persistía en ello: falda corta, medias de red negras con zapatos de tacón de aguja blancos o morados. Cada vez que se agachaba los camareros y personal masculino en general le hacían la ola. Un perfecto machihembrado de buenas maneras, buen gusto y policromía.

Merche esperaba llegar a provocar a Virtu hasta tal punto en que ésta le dijera: ¡Vete a tomar por saco, vete a tu casa y no vuelvas más, quítate de mi vista y búscate una esquina donde ofrecer los encantos que no tienes, calamidad, feto de chimpancé! Pero ese día no llegaba, ni llegaría.

A las siete de la mañana Virtu estaba en el mercado escogiendo el pescado para los platos estrella de la casa y las pescadillas para los menús más económicos que eran en buena medida los que sostenían aquella casa. No se iba sin visitar las paradas de casquería. Virtu era una cocinera completa que dominaba el producto marítimo así como el de gallinero, cuadra o establo, digna alumna de su abuela que había aprendido a cocinar con Rondissoni, la joven cocinera preparaba unos callos y un cap i pota excelentes, la lengua de vaca estofada, las carrilleras de ternera, el fricandó los bordaba.

Siempre hay un roto para un descosido y en el caso de Virtu esa máxima también  podía valer. Había un Mosso d’Esquadra recién llegado a la población que se quedó prendado de Virtu y todo por la vía gástrica, por el paladar, por los sabores y buenos ratos que este servidor del orden, la ley, l’ Estatut i la Constitución había pasado sentado a la mesa devorando las raciones de sardinas en escabeche, las manitas de cerdo, los mejillones a la marinera… y un largo etc. de preparaciones culinarias que se servían en aquella casa.

Mal disimulaba Virtu los efectos que producía aquel hombre uniformado en su establecimiento, hasta tal punto que llegó a pulir sus modales desabridos, su aspecto habitualmente poco cuidado comenzó a mudar paulatinamente en algo más cuidado y presentable, llegando incluso a pedir hora en un salón de belleza en el que la depilaron piernas, sobacos, bigote y entrepechos. Las ingles brasileñas se las hicieron en varias sesiones. La esteticien le practicó  una profunda limpieza de cutis, una exfoliación, peelings en todas partes, lo que se dice un tratamiento completo. Esa sensación que experimentaba le hizo olvidarse de comer, cosa que contribuyó a mejorar sensiblemente su figura.

Cada vez que el Mosso se acercaba a la cocina a Virtu se le subía el color y le temblaban las manos. Un día casi le abrasa con una olla de caldo que se desprendió de sus avezadas manos nada más oír su voz varonil con acento de la Plana de Vic. Virtu sabía que perdía los papeles nada más verle y se dijo a si misma que esto no podía continuar, esto no era vida y además este estado de continua ansiedad perjudicaba la marcha de la cocina. Se decidió a actuar.

Virtu no daba pie con bola y no veía la forma de agarrar a Miquel el Mosso y dejarlo fuera de combate aunque ella no era precisamente una experta en lances sexuales ni declaraciones de amor y pasión de los de aquí te pillo, aquí te mato.

Un día a media mañana Virtu estaba guardando la compra en la cámara frigorífica, el frío que se escapaba por la puerta invitaba a entrar y ponerse cómodo en ella, no en vano en aquella cocina había una temperatura que no bajaba de 39º durante todo el verano. En eso que entró Miquel que venía sudoroso y desaliñado y la cara contracturaza. Miquel había tenido una actuación seria y contundente con unos okupas y perroflautas empeñados en no respetar el orden y la propiedad privada y eso sí que no estaba dispuesto a permitirlo. La porra de colgaba del cinto de Miquel estaba húmeda y en su extremo había una gota que se resistía a desprenderse, no se sabe si era líquido cefalorraquídeo emanado de la cabeza de un perroflautas o bien de la ceja sangrante de un okupa. En su fuero interno Miquel creía que se había hecho acreedor de una mención especial por parte del Conseller Puig por la brillante y abnegada actuación que había tenido.

Ya se sabe que a uno le pagan por hacer bien su trabajo y que encima de cobrar no le van a dar a uno palmaditas en la espalda y un vale para una limpieza de sable en cualquier sauna. ¡Faltaría más! Pero Miquel no se esperaba la sorpresa que le iba a dar Virtu con la que iba a ver recompensado su heroico y brillante servicio.

Del interior de la cámara salió una mano que más parecía un garfio que agarró a Miquel y lo metió para dentro del refrigerado recinto. La lengua de Virtu dejó echa puré la úvula del servidor del orden y la ley al entrar como un torpedo en su boca, Miquel pidió una pausa para recuperar el resuello que le fue concedida de mala gana. Un nuevo ataque no se hizo esperar, esta vez Virtu agarró lo más sensible y querido del Mosso lo que provocó un grito que se vio ahogado por una nueva incursión de la lengua de Virtu en la boca de su víctima. De nuevo el Mosso estaba en una situación más que crítica que sin embargo fue capaz de remontar, dándole tiempo a reaccionar cogiendo las esposas y poniéndoselas a la agresora, posesa no poseída; no en vano era un profesional avezado en peores lides que esta. Miquel dijo un ¡basta ya! que hizo reventar los ojos de las merluzas que allí aguardaban su turno para acabar en el horno, la plancha o la freidora.

 El Mosso dejó esposada a Virtu al gancho que sostenía una pieza de lomo alto de buey, recompuso sus ropas y salió zumbando de allí dejando a Virtu hecha una furia, pero no fue lejos, se arrimó a la barra y pidió una caña de cerveza y una tapa de boquerones fritos que engulló en un momento. Repuesto ya, se dirigió a la cámara mirando que nadie le viera y se metió dentro sigilosamente, para entonces Virtu ya no estaba furiosa, estaba exhausta y a una temperatura sexo-corporal más que adecuada.

El Mosso antes de soltarla le reconvino seriamente y le dijo que quería hacer las cosas como Dios y la Iglesia manda. Primero pedir la mano a los padres, segundo presentarle a los suyos y tercero unos añitos de noviazgo hasta que él ascendiera dentro del cuerpo. También acordó el Mosso abrir una cartilla de ahorros a nombre de los dos en “la Caixa” para poder montarse un pisito, comprar el ajuar y hacer un bonito vieja de novios a Palma de Mallorca y a Montserrat para visitar a la moreneta y dejarle el ramo de novia. Mientras deberían mantener una actitud decorosa y no conocerse carnalmente hasta la noche de bodas. Virtu soltó un taco y un lacónico “vale” dirigiéndose a la cocina a preparar una zarzuela y dos cazuelas de arroz negro que le habían encargado.

Merche seguía limpiando mejillones, raspando cada valva con un estropajo de níquel que es la mejor manera de limpiarlos y entre mejillón y mejillón intercambió fluidos de todo tipo con el mozo que proveía de pan a tan prestigioso restaurante.


jueves, 14 de julio de 2011

MÉNDEZ,PENUMBRA, BOCCARDI & Cía

Andrea Boccardi era un viejo policía venido a menos, de la misma edad que Méndez y con los mismos problemas prostáticos y de reuma. Ambos se levantaban tres veces durante la noche para echar cada vez un fino chorro de orina que de ser agua no saciaría la sed de un zorzal. Cada excursión al baño era acompañada en ambos casos por un sinfín de jaculatorias en las que se nombraba varias veces a la santísima virgen María, a los clavos de cristo y a no sé que adminículo que tienen las señoras ahí en el frontispicio de su flor.

La era Berlusconi había hecho que este veterano policía, bregado en los conflictos de una gran ciudad como Milán primero y luego Bolonia, se viera postergado por sus mandos afines al nuevo orden, el orden impuesto por esa anomalía votada masivamente por la mayoría de los italianos. Andrea sabía mucho de tramas negras, de policías que actuaban en connivencia con los neofascistas de mafias que traficaban y trafican con inmigrantes y un largo etcétera.

Ya en Barcelona, Méndez con el preceptivo permiso de su amo Don Francisco González Ledesma, reservó un par de habitaciones en el Hotel del Pi en la céntrica calle del mismo nombre. La vetustez de los edificios de aquella zona obraba un efecto benéfico en Méndez que como es sabido y conocido, le sientan mal las incursiones en zonas con escaso nivel de humo de tubo de escape y poco Co2. Tenía Méndez una duda que le paralizaba y no le dejaba pensar, que no era otra que si debía llevarse toallas o las ponía el propio hotel y si era el caso, le preocupaba si ese detalle encarecía el precio de la habitación.


Ya instalados en sus respectivas habitaciones Boccardi recibió una llamada de Juan Penumbra que le anunciaba su inminente llegada al hotel. El papel de Penumbra en este caso era de mero colaborador o mejor dicho de anzuelo o señuelo. La amistad que le unía a Méndez y al comisario jefe Fernández Ledesma  así como su ociosidad fruto de un ERE presentado por el Conseller de poca Salud, Boi Ruiz, le había dejado en la puta calle jodido pero contento, con el tiempo libre necesario para poder colaborar con la policía en operativos de altos vuelos y no aburrirse.

Llegado Juan Penumbra al hotel les llamó desde recepción para  llevarles a cenar a una taberna vasca que estaba cerquita del hotel, en la que ponían chuletones de dos kilos y toda clase de pinchos, incluidos los de teta de monja novicia, al principio Méndez arrugó el morro y frunció el ceño y adujo que no se sentía bien que lo suyo eran los bocadillos de mortadela de olivas y el vino de tetrabrik. Juan Penumbra conocía bien a Méndez y sabía en qué parte debía darle para ponerle firmes y así fue. Penumbra, que en su papel de empotrado en esa misión cobraba un papel casi de primer actor por la gravedad de lo que allí se iba a ventilar, cogió a Méndez por lo huevos y le dijo que aunque llevara un Colt capaz de parar una locomotora en cuestiones de manduca era él quien mandaba y que además para su anemia crónica el chuletón le vendría muy bien. Pero Méndez, ¿no te das cuenta de que el color de tu piel asusta a los niños y parece que estés circulando con permiso del sepulturero? Necesitas un chuletón y te lo vas a comer. Ante tanta insistencia, Méndez se dejó adoptar por Juan Penumbra.

Camino del restaurante y justo al pasar por delante del Bar del Pi, Boccardi quiso entrar a mear, su vejiga no soportaba ni un mililitro más de orina. Una vez dentro del bar en el que pidieron algo para justificar las meadas, repararon el la foto de Rafael Vidiella y en la placa conmemorativa de la fundación del PSUC. Juan Penumbra y Méndez se miraron y no dijeron nada, esta era una mirada de perseguido a perseguidor y viceversa. Una vez concluida la meada a la italiana de Boccardi prosiguieron su marcha hacia la calle del Cardenal Casañas hasta llegar a la taberna vasca Irati en cuya barra Méndez clavó los codos y empezó a devorar pinchos de morcilla y chistorra a dos carrillos, pidió un vino para deshacer el tapón de  mortero compuesto por pan, morcilla, chistorra, huevo duro y otras materias que le tenían el esófago atascado y al borde de la rotura.

Cosas de viejos le dijo Penumbra al camarero, mientras Boccardi saboreaba los pinchos de marisco con mayonesa y se le ocurrió pedir un Negroni, cosa que desencadenó una mirada de furia por parte del baserritarra metido a camarero con cara de mala hostia: Aibalahostia, caguendios, el guiri de los cojones, que mierda mariconada me esta pidiendo, ¿A que le calzo una hostia? Méndez sin apenas inmutarse sacó su Colt de la sobaquera y lo depositó sobre la barra, esto fue suficiente para que el baserritarra nervioso recriado en Hospitalet padeciera un súbito desarreglo intestinal  que le hizo abandonar el puesto de trabajo dejando tras de sí, un olor y un reguero más que sospechoso.

Sentados ya en la mesa, Penumbra pidió unas anchoas del Cantábrico, chuletones acompañados de alcachofas rebozadas, pimientos del piquillo y una fuente de patatas fritas. Boccardi asintió poniendo cara de escéptico, Méndez se había colocado la servilleta atada al cuello y en cada mano un instrumento de disección con que facilitar el despiece en trozos manejables y masticables de chuletón. Comieron, bebieron a placer y de postre tomaron leche frita que resultó ser un gran descubrimiento para Andrea que estaba empeñado en probar la crema catalana o bien ser fiel al tiramisú.

A la hora de los cafés, llegó el inspector jefe Rodríguez Ledesma para repasar por encima el operativo del día siguiente y aprovechó para tomarse tres cafés y media botella de Ratafía. Salieron a la calle y allí mismo haciendo un pequeño corro les puso al corriente de la gravedad del caso. “Tengan ustedes presente que van a prestar un gran servicio a…”  ya empezamos dijo Penumbra, cuándo oigo la cantinela de gran servicio me entran ganas de marcharme a mi casa y acostarme. El inspector jefe le calmó y le dio todo tipo de explicaciones, asegurándole que al día siguiente comerían callos o arroz con bacalao, Penumbra y Méndez asintieron y Boccardi no dijo nada, poniendo cara de pensar que esta gente está como putas cabras.

¿Para qué hemos sido convocados? ¿Qué asunto tenemos que resolver que hasta habéis llamado al pobre Andrea? Calma señores, calma, el motivo es ni más ni menos que el siguiente: el primero es juntarnos todos, que hace tiempo que no nos vemos, Boccardi explotó: ¡Porco Dio, maiale, santa madonna putana infame! Nada, nada ya sigo: Me ha llamado el Presidente Montilla para que recuperemos la Medalla d’Or de la Generalitat que en su día se otorgó a Nelson Mandela y que le robaron el mismo día que se la dieron. Parece ser que los ladrones no la pudieron vender y ahora con la puta crisis van algo justos de tesorería y quieren devolverla a cambio de un rescate y ahí, es dónde entráis todos ustedes vosotros. Penumbra tendrá la función de mediador, irá con el fajo de parné al Café de la Opera con un clavel rojo en el ojal y una pajarita en lugar de corbata y en el momento oportuno zas, entramos todos en tromba jodemos vivo el tío ese y a poder ser que alguien le de un codazo en los morros y le deje sin dientes,  para que aprenda que con los símbolos de las instituciones no se juega.

sábado, 9 de julio de 2011

FELIZ CUMPLEAÑOS







El mes de julio tiene algo especial y mágico que enlaza con las hogueras de San Juan para proyectarse hacia el verano sin ninguna timidez ni complejo. A Juan Penumbra se le ocurrían cosas así cuando intentaba poner una coletilla al hecho frugal y anodino que es para mucha gente el paso de la primavera a una estación esplendorosa como el verano. San Juan es el “introito” el inicio o el ansiado beso que se cobra después de una ardua y laboriosa conquista, y, el mes de julio es la normalización del beso y el magreo con visita reiterada a los santos lugares.

Para Juan Penumbra el mes de Julio eran unos huevos estrellados o un plato de pescado hecho a la manera de los pescadores, salvando las importantes diferencias que existen  entre ambos.

No dejaba de tener este mes, un algo dramático que percibía en el ambiente, como una nubecilla gris portadora de malos augurios que le perseguía hasta bien entrado el mes de agosto. No en vano Juan Penumbra cumplía años en los primeros días de Julio y al estar ya un poco añoso soportaba peor según qué putadas.

Sentir que el tiempo ha pasado y se ha llevado lo mejor de uno no es poca cosa por buena salud que se tenga, -aunque de eso no andaba tampoco sobrado- el notar que se inicia una pendiente que cada vez es más un salto en el vacío que lleva inexorablemente a  la decrepitud. En definitiva percibir que ya no se es joven y sí aprendiz de viejo pone de mala leche, de muy mala hostia diría un servidor adelantándose a lo que quiera mejor expresar el amigo Penumbra.

Sí, sin paños calientes, Juan Penumbra está en horas bajas, cansado, hastiado, cada día más fóbico con la gente, más antipático y malhumorado. No le quito razón a este hombre que entrará en los cincuentayocho, que siente que tiene más pérdidas que ganancias y se siente estafado ¿Qué es su problema? claro que sí, esto es un problema suyo ya que se empeña en ver la botella medio vacía. Pero si la botella está medio vacía se debe a que te has bebido la mitad y no valen los autoengaños ni las tonterías: la botella está medio vacía y punto pelota. A Juan Penumbra los optimistas históricos recalcitrantes le generan violencia, les arrancaría la cabeza de una hostia bien dada. Le generan tanta mala hostia estos optimistas como las calienta braguetas que pululan por ahí.

Lo que no pierde Penumbra es su buena mano con los sofritos y los arroces, casi la única cosa que le motiva junto a algunas lecturas y algún que otro trago bien destilado. Hoy sin ir más lejos, fruto de esas alquimias mañaneras que le rondan por la cabeza de tanto en tanto, ha comprado tripa de bacalao, que va a guisar con arroz o con lentejas o con lentejas y arroz. Todo dependerá de la mala hostia que lleve el día que toque cocinar tan sabrosa materia prima.

De momento hoy comerá un arroz dominguero o dominical, ese arroz casero azafranado en su justa medida con un sofrito hecho con la lentitud consuetudinaria, cociendo el arroz con un fumet prodigioso que lleva mucho animalito con cascara de los que dejan un profundo sabor a mar.
Un arroz repetitivo,  recurrente que según dicen no sabe siempre igual, que cada vez que se cocina tiene un punto que lo diferencia del anterior. Si bien esto es cierto, cada vez que se inicia este latiguillo en la mesa, Penumbra se pone serio, más bien solemne y pone sobre el mantel sus argumentos: Este debate está ya superado por los acontecimientos. ¿Qué acontecimientos preguntan los comensales? ¿Acaso no leéis la prensa, no veis los telediarios?, los comensales se miran perplejos, no saben qué decir y Juan Penumbra explota: Los últimos acuerdos adoptados por mayoría simple en las asambleas de los acampados en Sol y Plaza Cataluña, han decidido que esto no es así y que el arroz podrá llevar más o menos tomate, más o menos conejo o gambas pero siempre sabe a arroz.

Se podrá discrepar de lo decidido en asamblea por muy soberana que esta sea y en el fondo y la superficie Juan Penumbra está en total desacuerdo con la postura adoptada por el 15-M, lo que pasa es que Juan Penumbra está cansado de oír siempre la misma retahíla de tonterías más o menos cuando el personal se mete entre pecho y espalda la tercera cucharada de humeante arroz que en primera instancia abrasa más de la mitad de las papilas gustativas y el resto del pellejo de la boca. Por cierto: Para apagar estos fuegos orales Juan Penumbra  ha pertrechado su nevera con una buena cantidad de cava bien fresquito.
Que tengan un buen día.