miércoles, 17 de noviembre de 2010

UN FRICANDÓ CON MOIXERNONS







De todos los platos posibles que se relacionan con el otoño para mí el fricandó es sin duda el que más asocio con esta estación. Las setas son un elemento botánico otoñal que aunque se pueden consumir en conserva, es en otoño cuando más apetece comerlas, ya sean unos rovellons salteados con ajo y perejil o un variado de setas cocinado en revoltillo de huevos con sus correspondientes tropezones de jamón, sin nombrar el clásico plato de la cocina catalana: “Vedella amb bolets” Ternera con setas. Dentro de este largo recorrido de platos de carne en que las setas son un gracioso ingrediente, se encuentra el fricandó con “moixernons”

Manolo Vázquez Montalbán en muchos de sus escritos culinarios revisaba concienzudamente el papel de las setas y hongos en la cocina, que aunque gracias a las conservas podemos disponer de ellos durante todo el año, no hay que dejar de lado que son un producto de temporada y es precisamente en su momento cuando hay que aprovecharse de ellos. Teodoro Bardají tampoco se quedó corto a la hora de limitar el uso de la setas al periodo estacional en que nos brindan su mejor sabor y frescura.

No quiero imaginar la cara que pondrían nuestros amigos de la diplomacia española que después de estar apretándole los tornillos (es un decir) al malvado rey de Marruecos, les sirviéramos un Chateaubriand con setas de bote. No quiero pensar en la cara que pondría la tiquis miquis de la señora ministra, que después de tomar un liviano cous-cous mal servido y peor cocinado, le pusiéramos junto a ese jugoso pedazo de carne, un puñado de setas negruzcas y correosas con el clásico sabor metálico que adoptan al estar largo tiempo constreñidas en un bote de hojalata. Para eso mejor unos champiñones. No quiero pensar en  lo que diría Néstor Luján al respecto, conociendo sus reacciones frente al tomate, no sería de extrañar que perdiera su natural corrección.

El fricandó quiere paciencia, corrección en el procedimiento, generosidad con la cebolla, tacañería extrema con el tomate y tiempo de sobra para darle una lenta cocción que deje la carne a punto de romperse con la mirada. Tengamos en cuenta que si ponemos la carne a nadar en un mar de agua caliente de grifo, mejor será que apaguemos el fuego y vayamos pensando en ir a comer a una pizzería.

La carne hay que enharinarla y freírla ligeramente, reservarla y en el mismo aceite, sofreír cebolla picada bien fina, por lo menos la mitad del peso de carne que hayamos dispuesto. La cebolla, debe hacerse amiga nuestra, no hace falta caer en la tremenda cursilería de hablarle mientras la mareamos. Cara seria, gesto adusto con los intrusos y cuatro ojos controlándolo todo. Una vez la cebolla haya tomado ese punto en que no está tostada pero que se deshace de verdadero aburrimiento, es el momento de añadirle el tomate, rallado si es natural o triturado si es de bote. Para entendernos: si es de bote, pondremos la mitad (125 gramos) y si es natural, rallaremos tomate hasta que el nivel tomatero alcance la primera línea de un plato hondo. Echaremos el tomate a la cazuela, junto a la cebolla, lo mezclaremos, rectificaremos el punto de sal y en cuanto veamos que ha alcanzado su punto de cocción, retiraremos la cazuela del fuego y colocaremos los trozos de carne y los jugos que han soltado. Seguidamente, añadiremos caldo de ave o de carne en cantidad suficiente, para justo cubrir la carne, lo dejaremos a fuego lento removiendo la cazuela con las asas. Es mejor no meter cucharas ni otros artefactos que podrían romper la carne. Cuando lleve 45 minutos cociendo, añadiremos los moixernons que tendremos en agua templada rehidratándose. Parte de esta agua la verteremos a la cazuela pasándola por un colador fino, nos dará más sabor a seta. Dejaremos 20 minutos más y lo podemos servir, aunque lo que se recomienda es que se coma al día siguiente, está más sabroso.

La salsa debe quedar espesita, densa no pastosa. Al introducir un trozo de carne en la boca, deberíamos tener la impresión de que no comemos ni carne ni setas, más bien una mezcla de ambas cosas. La intensidad que proporciona la seta (moixernó) y la cebolla hace que al oler no identifiquemos una aroma de carne, tampoco una aroma de setas si no el resultado de una mixtura intensa, potente y sugerente que estalla en la boca diversificando y separando los sabores dando lugar a la identificación de cada uno de ellos.

Si no es así debería serlo, yo intento siempre que lo sea y sin falsas modestias ni tonterías, casi siempre lo consigo.

Que cada uno beba lo que quiera, este manjar admite un buen cava, un buen tinto o una copa de lo primero para empezar y varias de lo segundo para seguir hasta que no quede nada en la cazuela ni el plato.

A todas y a todos los que me leen y me entienden: ¡Que aproveche!

lunes, 8 de noviembre de 2010

UN ARROZ RÚSTICO Y A LA DEFENSIVA

Los domingos por la tarde le entra a uno un no sé qué indescriptible y de difícil explicación. Este no debería ser mi caso, estoy de baja por enfermedad y creo que tardaré en estar activo.

Uno repasa lo que ha hecho durante el día, también lo que no ha hecho. Se ha acordado de la madre que parió a algún que otro indeseable. Pero este domingo tiene un valor añadido que lo hace especialmente difícil de tragar, la visita del Papa de Roma ha taladrado nuestras meninges hasta lo más hondo, no había canal que no hablara del evento. Menos mal  que Barcelona conserva todavía una buena parte de su espíritu de Rosa de Fuego. Las previsiones de asistencia aquí no se han alcanzado ni hartos de vino de misa.

Para combatir esa especie de desazón provocada por el día que hace y lo que sucede durante ese día, he llamado a mi hijo y le he propuesto comer un arroz rústico, con pocas cosas pero contundente y capaz de regocijar a unas cuantas almas en pena.

He cocinado un arroz con acelgas. Con bastante carne magra y sus correspondientes salchichas y además, le he añadido unas cuantas setas que han contribuido a reafirmar sólidos principios.

He llamado por teléfono a Ricardo Méndez, el inspector Méndez. No estaba, tampoco tenía asignadas labores de vigilancia ni contra vigilancia en el viejo Barrio Chino. Los peligros posibles que podrían acechar al Papa no están en ese barrio de buenas y variopintas gentes. Tengo la convicción de que Méndez ha cogido el tren y se ha ido hasta Tarragona a comer un arroz marinero a Cal Capi. Méndez no es de barullos, prefiere la soledad de un barrio o una ciudad que no conoce ni le conoce.

He llamado a mi amigo Lobuznares por si le apetecía compartir arroz y mesa, pero ya tenía compromiso con gente inquietante que suele comer todas las viandas al vapor y debidamente pesadas. ¡Pobre Lobuznares!

A la hora convenida he iniciado los preparativos para mi arroz. He cortado cebolla bien fina, unos ajos junto a unas ramitas de perejil y después de calentar el aceite en una cazuela de barro zamorana, he ido sofriendo la carne magra y las salchichas. En el momento en que las carnes han mudado su color, les he echado por encima la cebolla que he dorado con esmero y paciencia, no sin antes espolvorear con un poco de sal. Tenía en un rincón un platito con un poco de queso y un vasito de vino fino chiclanero debidamente refrescado en la nevera. Esto era un obsequio para el cocinero en forma de reconstituyente rápido y de amplio espectro.

Concluido el sofrito, le añadí el arroz, lo mareé hasta que cogió un tono nacarado y seguidamente añadí un buen puñado de acelgas bien lavadas y cortadas en trozos pequeños que siguieron el mismo camino que el arroz, empaparse un poco del aceite y la grasilla del cerdo. La cosa ya no admitía más retrasos ni dilaciones, la cazuela pedía el caldo, pedía agua hirviendo. En este caso fue un caldo rápido hecho con un mirepoix que salió bastante bien para el poco caso que le hice. En una de las medidas de caldo, iba camuflada la dosis de azafrán que no pretendía imitar y ni mucho menos saludar el color vaticano. Por este motivo fui avaro en azafrán. Si es verdad que desde el cielo todo se ve, me dije: ¡Os vais a joder!

El arroz que cocí en el horno quedó paliducho, con sabor a azafrán, el grano suelto y entero, ligeramente duro hasta que la cazuela perdió calor. Ya en el plato, el grano tenía el punto adecuado, las hojas de acelga y sus trocitos de penca cocidos y en su punto. Descorché una botella de Viña Pomal que estuvo a la altura de la situación. De postre mandarinas, no están los tiempos para más dispendios.




domingo, 31 de octubre de 2010

JUDIAS CASI CREPUSCULARES


La verdad es que hace un día de perros y aunque las temperaturas no sean bajas de ponerse bufanda, este airecillo molesta un poco.
Hace día de recordar, o mejor dicho, hace un día para recordar otros días y otros humores mejores y menos convalecientes en los que respirar fuera más fácil.

He confeccionado un menú de baratillo y por ello no menos menú ni menos apetecible, habida cuenta de que si hay carne de cerdo y legumbres, tenemos un buen trecho de camino andado.

He compartido el menú con buenas gentes, incluyo en el grupo a Luz García, que ese día no ofició de cocinera pero al ser tan grande su insistencia le dejé llevar el pan a la mesa, eso si, sin delantal.

Luz iba camino de Figueras para entrevistarse con Salvador Dalí y valiéndome de mis contactos dispuse una escolta para su calesa. El caudillo Remensa Francesc de Verntallat se encargó de custodiar a Luz para que llegara sin más problemas a Figueras, encargándose también de custodiar la vuelta y dejarla en el aeropuerto de Girona para regresar a Sevilla.

Digo que preparé legumbres con partes menesterosas del cerdo y por ello me elogió vivamente Manolo Vázquez Montalbán, que al conocer la noticia de que Luz comía en casa me llamó y se auto invitó o no sé si primero se auto invitó y luego llamó. Ya se sabe, esta gente anda muy liada y no siempre atinan en sus gestiones. Nos acompañó también Charo, la sempiterna novia de Pepe Carvalho, que andaba liado en un tema muy gordo de escuchas telefónicas y asaltos en cama ajena, en la sede de CiU de Mataró y excusó su presencia ya que Artur Mas, le citó en una frankfurtería cutre salchichera de la Plaza Santa Anna a la misma hora en que tenía convocada la comida en Calella. Charo se está preparando para la prueba de acceso a la Universidad para mayores de 25 años, dice la no tan chica que quiere licenciarse en algo.


Bien, la comida discurrió dentro de los cauces normales de cordialidad, con vivas al cerdo y a la madre que lo parió, se enalteció a la payesa que me vendió les mongetes del sastre que son unas judías pintas muy suaves, finas y mantecosas que se hacen querer y mejor comer. Cada comensal comió cuanto quiso y deseó, Luz después del tercer plato adujo razones espirituales para no seguir comiendo, le propuse que se llevara una fiambrera por si a media tarde le daba un poco de gazuza, declinó mi ofrecimiento. Ella seguramente tenía calculada la hora de su paso por Girona, ciudad conocida por muchas cosas y entre ellas por un pastelito de masa frita y rellena de crema y que se conoce por el nombre de “xuxo”; no digo más, el lector ya sabrá leer entre líneas. Manolo Vázquez Montalbán, recordó su paso por la cárcel de Lleida y los menús que allí se perpetraban contra la población reclusa ya fueran políticos o comunes, eso era lo que menos importaba, para el caso daba igual.
Estas legumbres que cociné albergaban en su compango unos buenos trozos de costilla de cerdo y la careta de un marranillo guapo al que yo mismo depilé las cejas y el morrillo, todo cortado en trozos no muy grandes y suavizado con los ajos, la cebolla cortada fina y su correspondiente hoja de laurel. Al final, cuando ya todo era una sinfonía, rematé la faena con un refrito de ajos, una cucharada de harina y otra de pimentón de la Vera. Con un ligero hervor de no más de un padre nuestro laico, la olla quedó lista para servir a tan distinguidos invitados.

Una ensalada de escarola y granada fue el contrapunto adecuado que mereció los aplausos de los comensales.
Vino no faltó, escogí un Rioja alavesa potente. Los postres corrieron a cargo de la firma Funtané pastissers, que nos sirvieron unas magnificas bandejas de panellets.
Después de los cafés y los orujos correspondientes se levantó la mesa y quedamos emplazados para cuando vuelva a encartar.

Esta comida se preparó y degustó el día 29 de Octubre, día de Sant Narcís.

jueves, 14 de octubre de 2010

MAR Y MONTAÑA EN BUENA COMPAÑÍA







El asunto merecía una cumbre de afamados especialistas en el lugar de los hechos y tanto fue así que Salvo Montalbano no dudó en coger el primer avión desde Sicilia abandonando todos los asuntos que allí le ocupaban.

Una vez en Barcelona llamó a Pepe Carvalho y quedaron para cenar en Can Perellada. Montalbano se hospedaba en el Hotel Colón, muy cerca del restaurante.

A las nueve en punto se encontraron Montalbano, Carvalho y un poco más tarde se unió a ellos Ricardo Méndez, que para la ocasión se había puesto camisa limpia y se había cambiado de muda, muy a pesar suyo no podía disimular un olor agrio a sobaquina que mereció una cariñosa reprimenda de Carvalho. Méndez no sabía qué cara poner ni qué decir. El mero hecho de sentarse a la mesa de un restaurante “normal” le creaba una ansiedad difícil de controlar.

Ante la sorpresa de Montalbano, Carvalho le dijo a Méndez: ¡o te estás quieto o te vas a tu casa! Tranquilo, Carvalho, tranquilo exclamó Montalbano.  Méndez dejó de tocar la batería con los cubiertos.

El motivo de la reunión de tan importantes personajes del mundo de la investigación obedecía a un desagradable suceso que la policía autonómica, con Joan Saura al frente y Joan Boada cubriendo los cuartos traseros, se había mostrado incapaz de resolver: Le habían robado el coche oficial al President Montilla. Dada la gravedad del hecho y la incapacidad manifiesta de la policía en resolverlo, era obligado echar mano de gentes especializadas capaces y discretas. Montilla no quería ser el hazme reír de los presidentes autonómicos y además en pocos días el Papa de Roma llagaba a Barcelona  y no era cuestión de ir a la inauguración de la Sagrada Familia en autobús.

El propio Ramón Perellada les tomó nota y se encargó de que en aquella mesa no faltara nada. Pidieron unos entrantes variados en los que no faltaban el cap i pota, el jamón ibérico y las croquetas de la casa. Méndez se pidió una ración de sardinas fritas, eran su debilidad. De segundo decidieron compartir un Mar y Montaña, al que el propio Ramón le hizo la picada. Unas mesas más allá estaban cenando Manolo Gómez Acosta, José Luís López Bulla y un periodista que vive en una barcaza en el lago de Banyoles y cuyo nombre no recuerdo.

Todo discurría con bastante tranquilidad, Méndez se había relajado y atacaba a dos manos el jamón, las sardinas y las croquetas, Montalbano, más comedido, se explayaba saboreando el jamón y Carvalho mientras picaba algo esperaba ansioso el Mar y Montaña que era uno de sus platos preferidos. Estaba ansioso por saber si Ramón le pondría azafrán a la picada, si se notaría el punto de chocolate que debe acompañar a un Mar y Montaña que se precie.

Algún que otro crítico gastronómico ha despreciado de forma inmisericorde esta joya de la cocina y creo que no llevan razón. A menudo sucede que se come tal o cual plato y uno se lleva una mala impresión que no es achacable al plato, si no más bien al cocinero.

El Pollo y el marisco son elementos equidistantes que nada tiene que ver el uno con el otro y para que se hagan amigos necesitan un poco de mano izquierda: hay que aproximarlos, hacerles ver lo que tienen en común (nada, pero es igual) y una vez juntos tratarlos con mimo y delicadeza, buscando aquello que les gusta a los dos. El sofrito es el elemento aglutinador de ambos, los alcoholes un anestésico que suaviza su temperamento y la picada, el colofón que acaba limando las asperezas de la difícil convivencia. El pollo requiere ser salpimentado, acariciado con un poco de canela en polvo y ser sometido al calor del aceite de oliva en el momento que menos se lo espera pero sin exceso, sólo tomará un ligero color dorado. Las hierbas aromáticas contribuyen a enaltecer los olores, los sabores, siempre y cuando su presencia no sea excesiva.

Y en eso que Ramón Perellada deposita sobre la mesa una magnífica cazuela con el Mar y Montaña cuya presencia y olor reclamó la atención de todos los comensales, especialmente de los tres investigadores. Una camarera coreana o filipina sirvió los platos bajo la mirada atenta y Méndez que se decía por dentro que necesitaría una ración de bicarbonato para poder digerir todo aquello ya que sus cenas acostumbraban a ser muy frugales. Al finalizar el servicio la camarera les dijo:” Señol Lamón decíl que buen plovecho y que ustedes podel repetíl”, a lo que Méndez respondió: ¡Sayonara, baby!
Atacaron el pollo y las cigalas, mojaban pan en la salsa y Méndez rechupeteaba las cabezas haciendo un ruido espantoso que mereció una llamada de atención por parte de los comensales.

Llegada la hora de los postres, Montalbano pidió un Canigó, Méndez una crema catalana y Carvalho un orujo. Apuraron la segunda botella de cava Recaredo y en los cafés sonó el móvil de Carvalho, era Biscuter que traía el coche del President. Carvalho dio la noticia a sus colegas que reaccionaron de forma distinta. Montalbano blasfemó en italiano algo muy gordo en donde la Virgen María no salía muy bien parada. Méndez indiferente y Carvalho satisfecho por la pronta resolución del caso alentó a sus amigos a que pidieran otra ronda para brindar a la salud de Joan Saura que era quien iba a pagar la cena con los fondos reservados de la Conselleria d’Interior.

Por cierto, el coche del President lo habían tomado prestado unos antisistema para ir a comprar gasofa y fabricar cócteles Molotov.


viernes, 8 de octubre de 2010

UN ARROZ LIVIANO



Juan Penumbra entró en el Bar del Pi, en la Plaza de Sant Josep Oriol, pidió una copa de coñá Tres Cepas que alzó brindando por Rafael Vidiella, cuya foto cuelga de la pared desde que murió Franco, aunque su memoria estuviera allí flotando desde 1936.
En eso que apurando la copa, notó que algo o alguien le tocaba por la espalda, ¡coño! pero si es él, pensó Penumbra. Desde este momento sabía que comería mucho y bebería bastante y que probablemente acabaría la jornada en el Dry Martini. Las comidas con Francisco de Sert IV Conde de Sert eran así, un delirante y pantagruélico no parar de comer y mejor beber. Los aristócratas rojos son así, aristócratas pero un pelin menos que los otros aunque no renuncien a sus títulos.
Juan Penumbra estrechó la mano del recién aparecido amigo no sin un poco de resignación, su aparato digestivo ya no era lo que fue años ha y con el desayuno que se había dispensado podía casi llegar a la noche sin probar bocado.
El Conde le propuso ir a comer a un figón en el que se cocinaba un arroz del tipo ropa vieja, un arroz pobre hilvanado con restos de legumbres, verduras y un poco de carne. Juan Penumbra pensó que comer un arroz leve sería una forma de no desairar a su viejo amigo y no iniciar un periodo de hostilidades con su maltrecho aparato digestivo.
Ambos desandando el camino hasta las Ramblas tomaron la calle de Sant Pau hasta la esquina de Robador allí mismo estaba la Plaça de Salvador Seguí a través de la cual accedieron a la calle Sadurní, allí mismo, al otro lado de la calle se encuentra la plaza que el Ayuntamiento de Barcelona tuvo a bien dedicar a Manolo Vázquez Montalbán, también allí cerca está uno de los santuarios gastronómicos barceloneses,  Casa Leopoldo, pero esta es otra cuestión que abordaremos otro día.
Ya en la calle Sadurní, entraron en un viejo restaurante que presentaba un aspecto desmejorado, con pinta de haber conocido tiempos mejores, quizá su deterioro había corrido parejo a la degradación del barrio. Como si de una ironía se tratara el restaurante se llamaba “Tiempos Modernos”.
Había en la pared un espejo publicitario del Anís del Mono y junto a él a cada lado, flanqueaban su contorno unos tubos fluorescentes que en algún tiempo quizá alumbraron. En un rincón había una lámpara artesanal armada con una botella antigua del whisky VAT69 que seguramente se dejó olvidada algún progre con traje de pana negra allá por mil novecientos setenta y tres.
Pepito, el dueño, camarero y cocinero, se apresuró a acomodar a tan ilustres clientes en una mesa de mármol con pies de hierro fundido.
Venimos por lo del arroz, dijo el señor conde, a lo que Pepito respondió: ¡hecho!
En primer lugar, Pepito les sirvió unos buñuelos de bacalao que no estaban nada mal, junto con una ensalada digna de un restaurante vegetariano por la cantidad y variedad de elementos botánicos, sirvió también unas anchoas de L’Escala y en eso que llegó el arroz.
Este arroz pobre se sustentaba sobre sólidos principios, me explico, con el caldo de cocer unos garbanzos acompañados con apio, zanahoria, cebolla, puerro y ajos amén de un trozo de morcillo, tenemos un fluido rico en aromas y matices que aportan los garbanzos, la carne y los elementos botánicos. Con este caldo casi todo lo que cozamos estará rico y sabroso, y en este caso un arroz del tipo bomba alcanzará el súmmum de sus capacidades embebedoras de sabor.
Pepito no se herniaba cocinando este arroz, sólo tenía que pochar un poco de cebolla, marear el arroz, añadir unos garbanzos, verduritas y unos trozos de morcillo que se deshacía sólo con mirarlo. Este arroz se cocinaba a criterio del cliente, es decir, quien lo prefería caldoso se le hacía según su gusto y si no especificaba preferencia alguna se le servía un arroz seco pero con un punto de melosidad que aportaba la gelatina que desprende la carne durantes las cocciones prolongadas.
El señor conde se mostró satisfecho con la comida, Juan Penumbra también, no pidieron postre, sólo cafés y una copa de coña Narciso de la Casa Mascaró, no sin antes apurar la botella de Viña Cubillo que pidieron nada más entrar.
Pagaron a escote, se despidieron y cada uno se fue por su lado. Queda claro que a nadie le gusta comer solo.

domingo, 26 de septiembre de 2010

POTAJE REPUBLICANO FEDERAL




El inspector Méndez descendía por Las Ramblas camino de su hábitat, ese hábitat que le era propicio para sentirse seguro, acogido por los rostros que le eran familiares y próximos. Personajes machacados por la vida o vayan ustedes a saber por qué. En medio de carteristas, putas viejas y baruchos en los que no se conocían otros licores que no fueran de garrafón. En eso que se dio de bruces con Pepe Carvalho que andaba buscando un figoncillo un poco tranquilo para comer algo contundente, cocinado por una mujer criada en los tiempos del hambre, capaz de recrearse añadiendo a una olla todos los trozos de viandas que le hubieran faltado en otras épocas. Esta era una condición indispensable según Carvalho para tener la seguridad de que comiera lo que comiera el plato no vendría menguado de tropezones.

Méndez y Carvalho se respetaban, se profesaban una admiración mutua que venía de lejos, de no pocos encuentros y desencuentros, al fin y al cabo los dos compartían visiones parecidas de lo que hay que comer y del trato constitucional que se debe dispensar a los mamarrachos que pegan a las mujeres.

Al encontrarse cara a cara ambos se interrogaron con la mirada, mientras un trilero que reconoció a Méndez plegó sus bártulos y salió corriendo en busca de un lugar más seguro al abrigo del puño de Méndez.

Carvalho preguntó: ¿Qué comemos hoy?, a lo que Méndez respondió: hoy comemos potaje republicano federal, a lo que Carvalho respondió con un ¡venga! que no ofrecía duda. Ambos se dirigieron a la calle de l’Hospital desde donde emprendieron un corto paseo hasta la Plaça de la Petxina, lugar en el que se radicaba desde la época en que Martínez Anido era gobernador de Barcelona, el Bar Petxina, ese figón angosto con polvorientas botellas de coñá de las que seguramente el Noi del Sucre había apurado alguna que otra copa para templar el ánimo después de dar esquinazo a los pistoleros pagados por la burguesía que hablaba catalán pero que miraba inequívocamente hacia Madrid.

¿Qué se come aquí? Preguntó Carvalho, a  lo que fue respondido por la bronca y gastada voz de Virtudes, la cocinera y medio propietaria del figón, con un gutural ¡Potajeeee!, a lo que Méndez y Carvalho respondieron: ¡Pues venga ese potaje!

Méndez y Carvalho fueron atendidos con rapidez, primero una ensalada de encurtidos con olivas machacadas a lo que siguieron los platos de potaje, un potaje hilvanado con paciencia, sin tropezones ni sacramentos, no hacía falta.

En recuerdo de los tiempos del hambre, Virtudes tenía la costumbre de hacer el potaje sólo con elementos botánicos que no siempre tenían un mismo origen: En esta ocasión, la judías no eran tales, si no faves asturianas y los garbanzos eran del sur, de Andalucía, el resto de elementos eran también de distintos lugares. El pimentón era extremeño de la Vera y los tomates, ajos, cebollas, hojas de escarola, pimientos, patatas y zanahorias venían de la franja costera que va desde el Prat hasta Pineda de Mar.

Ante tamaña dispersión de orígenes Carvalho pronunció una frase que fue asentida sin remilgos por Méndez: Esto es un potaje republicano federal. Me explico, dijo Carvalho.

Es federal por el diferente origen de los ingredientes y republicano por qué no concibo el federalismo sin República. Acto seguido los comensales brindaron con un vino tinto del Priorat servido en una frasca de vidrio. Virtudes, la cocinera, brindó con orujo.