lunes, 8 de noviembre de 2010

UN ARROZ RÚSTICO Y A LA DEFENSIVA

Los domingos por la tarde le entra a uno un no sé qué indescriptible y de difícil explicación. Este no debería ser mi caso, estoy de baja por enfermedad y creo que tardaré en estar activo.

Uno repasa lo que ha hecho durante el día, también lo que no ha hecho. Se ha acordado de la madre que parió a algún que otro indeseable. Pero este domingo tiene un valor añadido que lo hace especialmente difícil de tragar, la visita del Papa de Roma ha taladrado nuestras meninges hasta lo más hondo, no había canal que no hablara del evento. Menos mal  que Barcelona conserva todavía una buena parte de su espíritu de Rosa de Fuego. Las previsiones de asistencia aquí no se han alcanzado ni hartos de vino de misa.

Para combatir esa especie de desazón provocada por el día que hace y lo que sucede durante ese día, he llamado a mi hijo y le he propuesto comer un arroz rústico, con pocas cosas pero contundente y capaz de regocijar a unas cuantas almas en pena.

He cocinado un arroz con acelgas. Con bastante carne magra y sus correspondientes salchichas y además, le he añadido unas cuantas setas que han contribuido a reafirmar sólidos principios.

He llamado por teléfono a Ricardo Méndez, el inspector Méndez. No estaba, tampoco tenía asignadas labores de vigilancia ni contra vigilancia en el viejo Barrio Chino. Los peligros posibles que podrían acechar al Papa no están en ese barrio de buenas y variopintas gentes. Tengo la convicción de que Méndez ha cogido el tren y se ha ido hasta Tarragona a comer un arroz marinero a Cal Capi. Méndez no es de barullos, prefiere la soledad de un barrio o una ciudad que no conoce ni le conoce.

He llamado a mi amigo Lobuznares por si le apetecía compartir arroz y mesa, pero ya tenía compromiso con gente inquietante que suele comer todas las viandas al vapor y debidamente pesadas. ¡Pobre Lobuznares!

A la hora convenida he iniciado los preparativos para mi arroz. He cortado cebolla bien fina, unos ajos junto a unas ramitas de perejil y después de calentar el aceite en una cazuela de barro zamorana, he ido sofriendo la carne magra y las salchichas. En el momento en que las carnes han mudado su color, les he echado por encima la cebolla que he dorado con esmero y paciencia, no sin antes espolvorear con un poco de sal. Tenía en un rincón un platito con un poco de queso y un vasito de vino fino chiclanero debidamente refrescado en la nevera. Esto era un obsequio para el cocinero en forma de reconstituyente rápido y de amplio espectro.

Concluido el sofrito, le añadí el arroz, lo mareé hasta que cogió un tono nacarado y seguidamente añadí un buen puñado de acelgas bien lavadas y cortadas en trozos pequeños que siguieron el mismo camino que el arroz, empaparse un poco del aceite y la grasilla del cerdo. La cosa ya no admitía más retrasos ni dilaciones, la cazuela pedía el caldo, pedía agua hirviendo. En este caso fue un caldo rápido hecho con un mirepoix que salió bastante bien para el poco caso que le hice. En una de las medidas de caldo, iba camuflada la dosis de azafrán que no pretendía imitar y ni mucho menos saludar el color vaticano. Por este motivo fui avaro en azafrán. Si es verdad que desde el cielo todo se ve, me dije: ¡Os vais a joder!

El arroz que cocí en el horno quedó paliducho, con sabor a azafrán, el grano suelto y entero, ligeramente duro hasta que la cazuela perdió calor. Ya en el plato, el grano tenía el punto adecuado, las hojas de acelga y sus trocitos de penca cocidos y en su punto. Descorché una botella de Viña Pomal que estuvo a la altura de la situación. De postre mandarinas, no están los tiempos para más dispendios.




1 comentario:

  1. Qué maravilla lo del fino chiclanero, con los buenos vinos que hay por allá. Magnífico ese arroz con acelgas que creo te copiaré en cuanto pueda.
    Y, afortunadamente, tampoco en Santiago se cumplieron las previsiones
    Jjajajaja

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