jueves, 14 de octubre de 2010

MAR Y MONTAÑA EN BUENA COMPAÑÍA







El asunto merecía una cumbre de afamados especialistas en el lugar de los hechos y tanto fue así que Salvo Montalbano no dudó en coger el primer avión desde Sicilia abandonando todos los asuntos que allí le ocupaban.

Una vez en Barcelona llamó a Pepe Carvalho y quedaron para cenar en Can Perellada. Montalbano se hospedaba en el Hotel Colón, muy cerca del restaurante.

A las nueve en punto se encontraron Montalbano, Carvalho y un poco más tarde se unió a ellos Ricardo Méndez, que para la ocasión se había puesto camisa limpia y se había cambiado de muda, muy a pesar suyo no podía disimular un olor agrio a sobaquina que mereció una cariñosa reprimenda de Carvalho. Méndez no sabía qué cara poner ni qué decir. El mero hecho de sentarse a la mesa de un restaurante “normal” le creaba una ansiedad difícil de controlar.

Ante la sorpresa de Montalbano, Carvalho le dijo a Méndez: ¡o te estás quieto o te vas a tu casa! Tranquilo, Carvalho, tranquilo exclamó Montalbano.  Méndez dejó de tocar la batería con los cubiertos.

El motivo de la reunión de tan importantes personajes del mundo de la investigación obedecía a un desagradable suceso que la policía autonómica, con Joan Saura al frente y Joan Boada cubriendo los cuartos traseros, se había mostrado incapaz de resolver: Le habían robado el coche oficial al President Montilla. Dada la gravedad del hecho y la incapacidad manifiesta de la policía en resolverlo, era obligado echar mano de gentes especializadas capaces y discretas. Montilla no quería ser el hazme reír de los presidentes autonómicos y además en pocos días el Papa de Roma llagaba a Barcelona  y no era cuestión de ir a la inauguración de la Sagrada Familia en autobús.

El propio Ramón Perellada les tomó nota y se encargó de que en aquella mesa no faltara nada. Pidieron unos entrantes variados en los que no faltaban el cap i pota, el jamón ibérico y las croquetas de la casa. Méndez se pidió una ración de sardinas fritas, eran su debilidad. De segundo decidieron compartir un Mar y Montaña, al que el propio Ramón le hizo la picada. Unas mesas más allá estaban cenando Manolo Gómez Acosta, José Luís López Bulla y un periodista que vive en una barcaza en el lago de Banyoles y cuyo nombre no recuerdo.

Todo discurría con bastante tranquilidad, Méndez se había relajado y atacaba a dos manos el jamón, las sardinas y las croquetas, Montalbano, más comedido, se explayaba saboreando el jamón y Carvalho mientras picaba algo esperaba ansioso el Mar y Montaña que era uno de sus platos preferidos. Estaba ansioso por saber si Ramón le pondría azafrán a la picada, si se notaría el punto de chocolate que debe acompañar a un Mar y Montaña que se precie.

Algún que otro crítico gastronómico ha despreciado de forma inmisericorde esta joya de la cocina y creo que no llevan razón. A menudo sucede que se come tal o cual plato y uno se lleva una mala impresión que no es achacable al plato, si no más bien al cocinero.

El Pollo y el marisco son elementos equidistantes que nada tiene que ver el uno con el otro y para que se hagan amigos necesitan un poco de mano izquierda: hay que aproximarlos, hacerles ver lo que tienen en común (nada, pero es igual) y una vez juntos tratarlos con mimo y delicadeza, buscando aquello que les gusta a los dos. El sofrito es el elemento aglutinador de ambos, los alcoholes un anestésico que suaviza su temperamento y la picada, el colofón que acaba limando las asperezas de la difícil convivencia. El pollo requiere ser salpimentado, acariciado con un poco de canela en polvo y ser sometido al calor del aceite de oliva en el momento que menos se lo espera pero sin exceso, sólo tomará un ligero color dorado. Las hierbas aromáticas contribuyen a enaltecer los olores, los sabores, siempre y cuando su presencia no sea excesiva.

Y en eso que Ramón Perellada deposita sobre la mesa una magnífica cazuela con el Mar y Montaña cuya presencia y olor reclamó la atención de todos los comensales, especialmente de los tres investigadores. Una camarera coreana o filipina sirvió los platos bajo la mirada atenta y Méndez que se decía por dentro que necesitaría una ración de bicarbonato para poder digerir todo aquello ya que sus cenas acostumbraban a ser muy frugales. Al finalizar el servicio la camarera les dijo:” Señol Lamón decíl que buen plovecho y que ustedes podel repetíl”, a lo que Méndez respondió: ¡Sayonara, baby!
Atacaron el pollo y las cigalas, mojaban pan en la salsa y Méndez rechupeteaba las cabezas haciendo un ruido espantoso que mereció una llamada de atención por parte de los comensales.

Llegada la hora de los postres, Montalbano pidió un Canigó, Méndez una crema catalana y Carvalho un orujo. Apuraron la segunda botella de cava Recaredo y en los cafés sonó el móvil de Carvalho, era Biscuter que traía el coche del President. Carvalho dio la noticia a sus colegas que reaccionaron de forma distinta. Montalbano blasfemó en italiano algo muy gordo en donde la Virgen María no salía muy bien parada. Méndez indiferente y Carvalho satisfecho por la pronta resolución del caso alentó a sus amigos a que pidieran otra ronda para brindar a la salud de Joan Saura que era quien iba a pagar la cena con los fondos reservados de la Conselleria d’Interior.

Por cierto, el coche del President lo habían tomado prestado unos antisistema para ir a comprar gasofa y fabricar cócteles Molotov.


3 comentarios:

  1. A la sombra de MVM has realizado aquí un plato para perder la cabeza,

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  2. Jo es que amb el Manolo, com tanta altra gent, hi tinc una debilitat personal.

    Chapeau!

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