Salvo Montalbano venía a Barcelona solo por dos motivos, a saber: el primero era comerse un plato o dos de cap i pota en la Conca y dos ir a comer un plato de bacalao a casa de Juan Penumbra, lo accesorio era una reunión que debía mantener con suma discreción en la Conselleria d’Interior. El flamante conseller Felip Puig (más de derechas que las lentejas de bote) era muy reacio a pedir consejo a ese hombre adusto, seco que procedía del profundo sur italiano, de la isla del crimen, la mafia i los cannoli y no solo por la procedencia geográfica sino más bien por los tics izquierdosos que podían confundir al los mandos de los Mossos d’Esquadra que venían de cuatro años de gobiernos de izquierdas más o menos templados o más o menos tibios según quienes lo juzguen.
El savoir faire de Montalbano quedó patente nada más empezar la reunión. Se sentó, se desabrochó la camisa y se aflojo la corbata para perplejidad y enojo del conseller diciendo al mismo tiempo: Si volen vostés podem fer la reunió en català, l’entenc força bé, em vaig criar a l’Alguer. Con esta frase se ganó al conseller y logró acortar media hora una reunión que a lo sumo podía durar cuarenta y cinco minutos descontando los prolegómenos y presentaciones.
Se había requerido a Montalbano para asesorar en un caso en el que estaba implicado un Coronel de la Guardia Suiza de la cohorte vaticana, un teniente coronel de la Guardia Civil adscrito al CNI y un cabo de la Guardia Urbana de Barcelona que pasaba por delante del Dry Martini la tarde-noche de autos.
Excuso decir que el alboroto en el que se vio envuelto el pobre cabo de la abnegada y siempre injustamente vilipendiada GU barcelonesa nada tenía que ver con él, todo fue casual, pasaba por el lugar de los hechos y por orgullo corporativo al servicio del buen nombre de la ciudad, intervino para separar a aquellos dos energúmenos que se peleaban ahítos de alcohol de primera clase por la intersección del prieto muslamen delantero de una prójima que se equivocó de local, de día y de personal. En la reyerta se perdieron varios objetos y quedaron muy maltrechas las relaciones entre la Santa Sede y el Reino de España. Aunque el oficial del CNI estuviera empadronado en Calasparra que pertenece a la Comunidad Autónoma de Murcia era toda España la que quedaba enemistada con el Estado Vaticano y con el Papa Benedicto por añadidura. ¿Había España dejado de ser católica de nuevo?
Montalbano estaba cansado, hambriento y sediento por ese motivo se agarró fuerte al jarro de agua fría que le habían puesto delante en una bandeja con vasos de plástico. Tal penuria era debida a los recortes presupuestarios a que el Conseller Mas-Colell, a la sazón intimo amigo de Elena Salgado y administrador de los dineros catalanes había sometido a toda la administración. Salvo se bebió (por si acaso) tres vasos de agua seguidos ante la mirada preocupada y preocupante del Conseller Puig que pensaba: no llegará para todos, habrá que pedir otra jarra y esto es una pasta, nos salimos del presupuesto una vez más y estoy hasta mis cristianos cojones de ese niñato del Mas que no hace más que pegarme broncas.
En la brutal reyerta entre el suizo-romano y el civilón metido a espía se había extraviado un lápiz de memoria que contenía información sensible y comprometedora que ponía en entredicho a toda la clerigalla vaticana amante, defensora a ultranza y única valedora de la virtud, la castidad, la abstinencia y la anti-lujúria ¿Cómo explicarían sus eminencias reverendísimas semejante exhibición del más selecto mariconeo vaticano en todas sus formas y variedades?
Ambos agentes de la seguridad nacional de sus respectivos estados, se habían reunido en terreno neutral para que El Tte. Coronel de la G.C adscrito al CNI le hiciera entrega al suizo-romano del dichoso lápiz de memoria, que él y sus hombres habían sido capaces de arrancarle a un anti-sistema fiel seguidor de la obra de San Egídio que se había infiltrado en el palacio episcopal sirviendo a sus eminencias reverendísimas en lo que fuera menester. El efevo anti-sistema tenía en su poder un carné de la rama juveníl de IC-Verds. El Tte Coronel no entendía nada y se preguntaba confuso por las desviaciones ideológicas del niñato. No puede ser, se decía, pintas de macarrílla, carné de rojo, cristiano de escapulario y misa que conspira parar poner el descubierto el mariconeo de los suyos….¡Esto no hay quien lo entienda! Por lo menos antes un rojo era un rojo y punto y si te encontrabas cara a cara con él había un respeto profesional y cada uno sabía lo que tenía que hacer.
Salvo Montalbano dedujo que el lápiz de memoria se había caído en la refriega y se había colado por las rejas del alcantarillado, confundiendose en un mar de meadas y otros fluídos humanos. Montalbano sabía que Biscuter tenía amigos entre la antigua unidad de subsuelo de la Policía Nacional, que a su vez guardaba una excelente relación con los funcionarios municipales de alcantarillado y aguas medio mayores. Esta relación amistosa basada aquello tan viejo y que tan bien funciona y que se conoce por “un día por mi y otro por ti!”, posibilitó que un funcionario jubilado de la unidad de subsuelo que conocía las tripas de Barcelona mejor que las suyas, diera con el dichoso lápiz e hiciera entrega de él a Biscuter que a su vez se lo haría llegar a Montalbano por mensajero cuando estuviera en medio de la reunión con los gerifaltes convergentes garantes del orden constitucional.
Así fue. Llamaron a la puerta y entró moviéndose como si fuera un gato un joven musculoso con pinganillo, cabeza rapada y cara de haber comido muchos bocadillos de leche condensada con Colacao. El funcionario se acercó al oído del Conseller y la susurró algo inaudible para el resto, el conseller crispó su cara y dijo: bien, pues si tan importante es que pase. Entró en el despacho un joven ecuatoriano que dijo: perdonen ustedes, traigo un paquete que debo entregar en mano al señor Montalbán, si son ustedes tan amables ¿me pueden indicar quien de ustedes es? Salvo recompuso su figura en el medio sillón en el que estaba sentado y dijo. Montalbano, joven, Montalbano ah! bien perdone el señor. Firmó y abrió el paquete con cuidado mientras los que estaban sentados alrededor de la mesa iban arqueando sus cuerpos hacia atrás como temiendo una inminente explosión.
Montalbano hizo entrega del sobre de plástico que contenía el lápiz de memoria que entregaría Josep Antoni Durán i Lleida a las autoridades vaticanas el día de la beatificación del penúltimo papa de Roma que parece ser que era polaco.
Montalbano se despidió de la concurrencia con aire displicente y tomó zumbando las de Villadiego, camino de la calle Lepanto dónde le esperaba Juan Penumbra para comer en un bonito y acogedor figón. Más tarde, después de repetir varios platos y tomar variso cafés y algún que otro orujo, ambos darían un paseo camino del domicilio de Juan Penumbra, donde esperarían la hora de la cena. Esta última ingesta del día constaría de bacalao a discreción cocinado a la manera en que se cocina en Cuaresma, es decír, con pasas, piñones y huevo dura y su respectiva picada.
Después de tan pesado y largo día de enjundiosas actividades, ambos verían si salían a tomar una copa fuera de casa o bien agotarían las existencias de Juan Penumbra. Se decantaron por lo último, era menos fatigoso.
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