El asado está en su punto.... |
Juan Penumbra estaba
hasta los colgajos de las fiestas navideñas y del ambiente almibarado que
provoca patinazos, con caídas con contusiones y fracturas emocionales.
Penumbra
quería pergeñar una nueva situación psico-emocional nueva, capaz de resarcirle
del mal trago navideño. Por esto se dijo: “Como no espabile esta situación
podrá conmigo, por lo tanto, ¡guerra sin
cuartel al almíbar navideño!”.
Para
entrar en ambiente, Juan Penumbra agarró el cesto de la compra y se dirigió al
mercado con la intención de comprar un pollo de corral y cocinarlo en una
cazuela al horno al estilo tradicional. Pasó por la pollería y se hizo con el
mejor ejemplar de pollo de corral que había, al lado mismo en la tocinería se
hizo con unas butifarras y una tira de costillas de cerdo ibérico que acabarían
haciendo compañía sacramental al pollo en esa cazuela tamaño familiar que Juan
Penumbra sacaba para las ocasiones especiales. Los preparativos, así como la
compra formaban parte de una liturgia que culminaría con el exorcismo gastronómico
que ahuyentaría los malos espíritus post-navideños.
Igual
que no hay dos sin tres, no podía abandonar el mercado sin recalar en su
carnicería de cabecera y comprar dos kilos de carne de vacuno picada para
elaborar un “ragú”, es decir, una salsa boloñesa con que espantar los malos
pensamientos y rememorar sus “pranzos” italianos con sus correspondientes
sobremesas regadas con una botella de buena grappa, del vino de Chianti ni
hablamos, de la uva San Giovese, tampoco, eso forma parte del pasado y merece
un tratamiento aparte y especial; habrá tiempo para ello.
Al
llegar a casa se cambió de ropa para estar más cómodo y no mancharse, ya se
sabe que las salpicaduras de salsa de tomate son un incordió y es aconsejable
evitarlas siempre que se pueda.
Una
vez listo, se dispuso a llamar a su amiga Nuria que estaría liando un cigarrito
y por lo tanto, tardaría en responder a
su llamada. Le propuso a su amiga enviarle por vía Air-Gastrum unas cuantas
raciones de salsa boloñesa y medio pollo de corral asado, acompañado de las
correspondientes costillas y la butifarra. Nuria no se hizo rogar, respondió un
sí rotundo, inequívoco sin paliativos... Penumbra le dijo: “eso está hecho
florecilla”, mañana lo tendrás en tu casa, esta es mi Nuria. Menuda sorpresa se
llevaría al abrir el paquete y encontrar unos botes de las preciadas conservas
que elaboraba Penumbra además de lo anunciado. Juan Penumbra tenía esa
costumbre, la elaboración de conservas de verduras en aceite y las mermeladas
eran una de sus aficiones culinarias que apreciaban sus amigos. Nuria
encontraría un bote de alcachofas y otro de berenjenas “sott’olio” además de un
tarro de mermelada de naranja amarga perfumado ligeramente con canela.
Juan
Penumbra no perdió tiempo, se dispuso a cocinar sin más dilación. Preparó las
verduras y el manojo de hierbas aromáticas que debían acompañar el asado. Puso
las carnes sazonadas en la cazuela y después de comprobar la temperatura
abandonó el asado a su suerte.
La
salsa boloñesa requiere tiempo y mucha paciencia, la carne picada no sería nada
sin ese sofrito tan peculiar que se elabora con cebolla, apio, zanahoria y
tomate en cantidad suficiente para ahogar la carne y dar a la salsa la fluidez
y textura adecuadas. Resolvió pronto los pasos más comprometidos de la salsa,
el punto óptimo de cocción de la carne para añadir a continuación los
ingredientes del sofrito; “ la lectura no debe hacer perder la escritura” dijo
para si y le dio una vuelta al asado, asegurándose que no se asara más de un
lado que de otro, cuidó del grado de humedad de las carnes, añadió un buen vaso
de vino seco y decidió dejar de nuevo a su aire esas carnes que progresaban
adecuadamente, mutando la turgencia de la carne cruda por esa precaria solidez
quebradiza de la carne asada.
El ragú está listo... |
Terminadas
las labores, se sirvió una cerveza Alhambra bien fresquita y ojeó la prensa muy
por encima, no estaba dispuesto a que las malas noticias le arruinaran un
productivo día.
Que
os aproveche.
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