El
plato que lleva esta coletilla se nos antoja una elaboración culinaria
realizada con productos de mar con valor añadido o dicho de otra manera, de
precio elevado.
No
es extraño ver en las cartas de ciertos restaurantes que nos ofrecen un mar y
montaña elaborado con cigalas y pollo de corral, tampoco es extraño
encontrarnos con platillos a base de langosta y pollo o langostinos con conejo.
El
periodista experto en temas de gastronómicos Luís Bettónica no era partidario
de la combinación o unión forzada de pollo y langosta u otro marisco, sostenía
Bettónica que el pollo mostraba incomodidad por estar frente o al lado de una
langosta y que ambos deseaban volver a su lugar de origen. No comparto este
criterio y creo que el afamado gastrónomo Xavier Domingo tampoco lo compartía
Yo
propongo un mar y montaña austero, propio de pescadores y hogares proletarios y
menestrales. En este mar y montaña solo hay un elemento del reino animal: el
pulpo. Este cefalópodo que comparte puchero con otro compango que aunque pobre,
es un digno representante botánico que ha contribuido a la largo de los siglos
a quitar mucha hambre, me refiero a las patatas.
El
pulpo guisado o estofado con patatas, es un manjar para paladares promiscuos
que estén de vuelta de muchas cosas, que después de deleitarse con un hígado de
oca o de pato o unas croquetas a seis euros la unidad en restaurantes de
postín, regresan con disimulo a los figones o comederos a degustar lo de toda
la vida, lo que en definitiva forma parte del imaginario de sabores salvíficos
de unas cuantas generaciones.
Esta
receta de pescadores, pasó de elaborarse en un perol mar adentro con un fogón
alimentado con carbón de encina que cumplía también la función de calentar las
manos de los sufridos hombres del mar. Decía que esta receta ha pasado de la
barca que a merced del oleaje ayudaba a trabar el guiso y espesarlo por el
repetido choque de las patatas entre sí, a la firmeza del suelo de la cocina,
dónde experimentadas manos lo han cocinado muchas veces y siempre con finalidad
de alimentar a muchos con poco dinero. Todo lo que admite pan para ser comido
es un bálsamo para la tranquilidad de quien tiene la responsabilidad de dar de
comer a muchos o unos cuantos.
Los
pulpos con los que he cocinado esta receta no son grandes, a lo sumo tendrán
una longitud de veinte centímetros, tampoco se trata del pulpito menudo que
cocinamos en verano en una sartén añadiéndole un puñado de ajo y perejil
picados con un chorro de vino blanco. Esto es otro cantar del que hablaremos en
otro momento.
Conviene
disponer de una patata de calidad, que no haya pisado una cámara frigoríca,
hecho que hace alterar su sabor. Néstor Luján, el mataronés experto en yantares,
abominaba de esas patatas servidas en bolsas de tres o cinco kilos que nadie
sabe de qué parte del mundo proceden. Decía Luján que había dejado de comer
tortilla de patatas por este motivo.
Las
patatas que he utilizado son de proximidad, de la variedad Red Pontiac; conozco
a la persona que las cultiva y francamente nada tiene que ver con las que uno
puede comprar por ahí.
La
patata de la variedad Red Pontiac, roja y de un tamaño aceptable, me ha
proporcionado excelentes resultados para este tipo de guisos.
Primeramente,
he elaborado un sofrito potente, con enjundia cebollera y tomatera, porfiando hasta
el límite en los modos y maneras. He añadido una puntita de guindilla y junto a
la cebolla picada han ido entremezclados unos cuatro dientes de ajos pedroñeros
bien picados. El tomate maduro rallado, natural por supuesto, en una cantidad
suficiente para que el sofrito no parezca flojo.
Para
no perder tiempo, vale la pena preparar los ingredientes antes de iniciar el
guiso, preparando todo lo necesario previamente.
Los
pulpos no llegaban al kilo, bien limpios y enteros. En el fondo de la cazuela,
antes de preparar el sofrito, he vertido una jícara de aceite de oliva virgen
extra, a continuación los pulpos y seguidamente, he acercado la cazuela al
fuego tapándola; la he tenido en la lumbre por espacio de unos diez minutos a
fuego medio. Acto seguido, he retirado los pulpos y los he reservado, y en el
mismo aceite he elaborado el sofrito.
Culminado
este proceso, he obsequiado al sofrito con un chorro de vino blanco que he
hecho evaporar, para a continuación, echar las patatas troceadas, inundando la
cazuela hasta cubrirlas con agua caliente. A media cocción, he añadido los
pulpos y he corregido la sal. La cocción se ha prolongado por espacio de
treinta minutos para lograr que la salsa se trabe y las patatas hagan amistad
con el pulpo. No hay que olvidar nunca que a estos guisos de cuchara les gusta
el laurel, por lo que recomiendo encarecidamente que tengamos siempre a mano
una rama para surtirnos de una hojita siempre que convenga.
Estos
guisos están más ricos si han reposado, por lo que aconsejo cocinarlos el día
anterior. Una cucharada de “all i oli” disuelta en el plato acaba de darle el
toque final al guiso. Hay que proveerse de pan y vino suficientes.
Que
aproveche
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