Las peras cocidas con vino y especias son un regalo para los sentidos..... y un postre magnífico. |
Las patatas guisadas con pulpo son una joya gastronómica, no olvidemos añadirle una cucharada de all i oli a cada plato... |
El verano se acercaba a su fin y entre Virtu y su pretendiente no había habido poco más que inocentes escarceos de aprendiz con poca fortuna pero con gran fuerza de voluntad. Pero lo que se dice progresos, no los hubo y no parecía que el Mosso, abonado a la decencia mal entendida fuera a cambiar de tercio.
Melocotón de viña con vinito seco y canaela, fresquito de la nevera.... |
La temporada muy a pesar del mal tiempo estaba siendo agotadora. Virtu, haciendo gala de sus dotes de buena cocinera y mejor negocianta previó que al no haber playa los veraneantes se cansarían de estar en el apartamento y tirando de tarjeta de crédito se hincharían con los ricos y económicos menús de ese portento de la madre naturaleza.
Para Miquel el Mosso, la temporada también había sido dura, muchos desahucios y un exceso de celo –por llamarle de alguna manera—de los mandos del cuerpo que cansados de tener sus porras enmohecidas decidieron poner remedio a tan acuciante problema dando carta blanca a los efectivos policiales para poner remedio con prontitud a tan anómala situación. La temporada había hecho mella en él, había perdido peso muy a pesar de los guisos que con esmero la preparaba Virtu.
Como ya se ha dicho, la temporada veraniega no se presentaba muy halagüeña para ella y su negocio. El mal tiempo y la crisis se hacían notar en la recaudación y eso no hizo más que poner en tensión las innatas cualidades de buena negociante que adornaban a Virtu. Era dura con los proveedores, les retorcía la mano hasta que le daban el precio que ella quería y le sacaba todo el jugo posible a la mercancía.
Virtu ideó un menú veraniego con precio cerrado que consistía en preparar cazuelas de fideos con pescado y algo de marisco que iban precedidas de un plato de pescado frito y una ensalada, el vino era a granel, el de la casa, bien fresquito y servido en frascas de grueso vidrio. El menú ideado por Virtu hacía las delicias de los veraneantes que cortos de fondos que podían comer bien a un precio razonable que no superaba los diez euros por persona y un menú de plato único para niños a cinco euros. Con estos precios Virtu se forraba, veía el comedor a rebosar y la lista de reservas estaba más que completa. Las habilidades de Virtu permitían variar el menú ofreciendo varios platos apetecibles para no dar la impresión de ofrecer siempre lo mismo.
La relación con su prima Merche estaba pasando por un momento bajo, las broncas que le pegaba Virtu eran de aúpa y no siempre merecidas. Merche sabía cómo enfurruñar a Virtu, la conocía tanto que al verle la cara por la mañana podía intuir el panorama que se presentaba para el resto de la jornada. Ésa era el arma que tenía Merche para defenderse de las iras de Virtu. A pesar de todo lo que se habían dicho las dos primas, Merche sentía un gran afecto y admiración por su prima, le reconocía aptitudes y conocimientos que ella se veía incapaz de igualar, en definitiva, se sentía inferior a Virtu en muchas cosas y veía en ella un referente. Pero Merche también sabía que le podía enseñar a su prima muchas otras para las que, hasta el momento, se había mostrado francamente patosa o carente de habilidad.
Un día por la mañana, a primera hora, Merche se armó de valor y cogió a Virtu por la muñeca y le dijo: “tú y yo tenemos que hablar y de hoy no pasa, prima”.
Virtu no pudo reaccionar, Merche la arrastró hasta una despensa donde guardaban las conservas y los sacos de legumbres. Ambas se sentaron a la vez, frente a frente sobre un saco de garbanzos una y en uno de lentejas la otra, todo ello sin que Virtu saliera de su perplejidad. Arrancó Merche sin soltar a su prima, Virtu: “quiero que sepas que, aunque tú y yo somos distintas en casi todo y tu no me tragas, yo soy tú prima y te quiero como tal y por eso me he decidido a hablar contigo. Veo que aunque el negocio te va bien, tú vida es un desastre, no eres feliz y llevas camino de no llegar a serlo nunca por lo menos en lo que se refiere a ser capaz de tener una o varias parejas, a disfrutar de ciertos placeres que estoy segura desconoces y el mamarracho ése del Mosso nunca será capaz de proporcionarte”. “¡Pero, Merche!” “Ni Merche ni hostias en escabeche, ¡déjame acabar! Te decía que a ése mamarracho de la Plana de Vic solo y únicamente se le pone dura cuando da con la porra en el culo a una de esas desgraciadas que quieren cambiar el mundo y poca cosa más. Créeme Virtu, lo digo por tu bien, manda a ese picha floja a la mierda y déjate aconsejar por mí, que algo he aprendido en las discotecas de los polígonos y en los asientos traseros de los Seat Ibiza.”
Virtu se quedó perpleja, con la mirada extraviada pero interiormente sentía una liberación. Alguien había sido capaz de ponerle nombre, apellidos y causa a su malestar crónico, a esa desazón que la embargaba casi siempre y la hacía intratable. Sin duda habría un antes y un después de aquella conversación con su prima Merche, aunque más que una conversación fue un monólogo ya que la receptora de la perorata no fue capaz de reaccionar hasta el cabo de unas horas. Ambas se levantaron no sin antes fundirse en un sincero y tierno abrazo que duró un minuto pero que pareció más largo para Merche, acostumbrada a la poca tendencia de su prima a mostrar señales de afecto.
Aquel día el pescadero había traído mucho género: Congrio, arañas, chicharros y pulpos pequeños y medianos; también otros de menor tamaño de los que se usan para hacer fumet y sopas de pescado. Virtu llamó a su prima y le dijo en un tono poco habitual, por lo cortés y amable, que le ayudara a clasificar el pescado y si podía, que reuniera una cantidad y una variedad suficiente para hacer una buena cazuela de “suquet de Peix”. Para ello, había que reunir un buen número de arañas, y un par de escórporas de buen tamaño, un poco de rape y algo de marisco, lo demás era ya cuestión de saberes culinarios y saber pergeñar una picada adecuada al suquet.
Virtu le dijo a Merche: “Ves prima, hacemos un suquet, con unas buenas patatas del buffet cortaditas en lonchas lo dejamos expuesto en la mesa y todo el que entre olerá esa maravilla.” Merche no salía de su asombro. Realmente parecía que habían cambiado a su prima por otra mujer.
Virtu hizo un somero recuento de los pulpos que había y mentalmente decidió que por el tamaño y la cantidad era mejor elaborar un buen guiso de patatas con pulpo para ofrecer la ración a un precio asequible a los veraneantes. La cantidad de mejillón que había entrado aquel día no era nada despreciable y ya le había dicho a Merche que se cogiera a una de las “moritas” que ayudaban en la cocina y le enseñara a limpiarlos. Merche no se lo pensó dos veces y llamó a Fátima la más despierta y dispuesta para el trabajo y que no llevaba el dichoso pañuelito que se ponen cuando les viene la regla, ni tenía intención de ponérselo. Mientras Virtu había empezado a cocinar, estaba elaborando una salsa para los mejillones a la marinera, que consistía en un generoso sofrito al que le añadía vino blanco y algo de guindilla. Todos en la cocina sospechaban que en aquella botella había algo más que no era vino blanco, pero nadie se atrevía a averiguarlo no fuera que Virtu cumpliera su amenaza.
Aquél día, finalizado el servicio, Merche le dijo a su prima: “Virtu hoy tú y yo salimos”. Lo dijo en un tono imperativo que no daba lugar a equívocos todo y que el día había sido muy duro en la cocina y ambas estaban cansadas.
Virtu le espetó: “¿A dónde me quieres llevar?”; “Tú no hagas preguntas, vamos a tú casa, nos duchamos, descansamos un poco y salimos a una hora prudente para volver a una hora indecente.” exclamó Merche con una risotada, “¡Hecho!” respondió Virtu, “me has convencido”.
Durante la jornada Virtu no paraba de darle vueltas a lo que le había dicho su prima. No dejaba de repetirse las cuatro verdades que le había espetado Merche y estaba convencida de que realmente las cosas podían cambiar.
Ya en casa de Virtu, se ducharon y cenaron algo ligerito, sentadas en el sofá con una copa de champán francés en la mano, Virtu y Merche se miraban y no sabían qué decir. Arrancó Merche.
“Prima: Después me dejarás que yo te maquille y te haga un peinado diferente al moño ese que te acompaña desde que hiciste la primera comunión. He traído mis pinturas en la bolsa con la ropa y los zapatos pensando en que de hoy no pasaba”. Virtu se ruborizó como una colegiala al oír esto.
Aquel verano Virtu había adelgazado, al trajín del trabajo se le unía esa desazón que se había agudizado después del traumático encontronazo con el Mosso en la cámara frigorífica. Decididamente, en la vida de Virtu había un antes y un después del paso y estancia en la cámara. Todo había contribuido a mejorar su figura ostensiblemente aunque anímicamente hubiera empeorado, pero aquella noche, mejor dicho después de la conversación con su prima, empezaría a ver la luz al final del túnel.
Merche había trazado un plan, una estrategia prodigiosa y maléfica según desde el punto de vista con que se juzgue, pero a su prima Virtu esa noche le iba a cambiar la vida o por lo menos las cosas comenzarían a ser de otra manera. Merche había quedado con un par de amigos, uno de los cuales le bailaba el agua a Virtu, pero ella no se había dado ni cuenta de ello, su carácter endiablado y el anteponer el trabajo a cualquier otro aspecto de la vida le había hecho perder muchas secuencias interesantes de ese largometraje que es la vida.
Mientras Merche maquillaba a su prima la iba preparando para lo que tenía que venir esa noche, la sonsacó hasta no poder más, Virtu se vació, contó a su prima todo lo que sabía y no sabía (que no era poco) de los lances y prácticas amorosas, de carantoñas y arrumacos, de tocamientos profundos con cortejo, besos y caída de ojos que daban permiso para empezar a jugar con los deditos en esa gruta tan deseada como resbaladiza, cosa que la hacía no apta para diletantes y demás especies de gandules. “Procura que no se te alivien en la cara o dado el caso, que descargue donde tú no quieres que lo haga. Para eso hay que estar de acuerdo. Mira Virtu esto es como hacer un all-i-oli, tu lo has hecho miles de veces y seguramente se te ha cortado alguna vez, ¿verdad?, pues eso, todo es cuestión de cogerle el punto y no tener prisa por terminar ni por empezar.”
“Prima” dijo Merche, “hay una cosa que quiero que hagas y practiques antes de salir de casa, ¿tienes polos en el congelador? Claro que tengo, Merche, en verano nunca faltan polos en mi congelador,”; “Pues bien, quiero ver cómo te comes un polo, como empiezas y como terminas”. “Ya veo por dónde vas, Merche,” exclamó Virtu que estaba inusualmente desinhibida y dócil.
Merche se quedó perpleja con la facilidad que mostraba Virtu para aprender, y el dominio del que hacía gala manejando el polo de limón que enterraba casi por completo en su boca. Vamos bien, pensó. Sin embargo Merche temía que una vez lanzada su prima no supiera parar y lo entregara todo a la primera. Para evitar esta situación Merche decidió prevenir en vano a su prima que estaba muy animada y no estaba por escuchar peroratas. Viéndose perdida, a Merche le entraron todos los miedos y no veía como parar o al menos ralentizar lo que había iniciado ella misma.
A la hora de salir a la calle Merche agarró literalmente a Virtu por donde no se debe agarrar y le espetó. “Como seas capaz de dejarte preñar, primero se la corto al tío y después te pego tal patada que dejas de abrir las piernas en lo que te queda de vida. Prima: ¡sin condón nada de nada!”
Llegadas al punto de encuentro se les acercaron los dos jóvenes con los que Merche había convenido la cita. El primero, el de Merche, que tenía sus más y sus menos con ella en el almacén y el segundo, más bajito pero cuadrado de espaldas y que llevaba años fijándose en Virtu, no tardó nada en proponer que cada uno fuera por su lado y que ya quedarían otro día los cuatro para cenar. Ninguno de ellos puso reparos a la propuesta del fajador amigo de Virtu.
La parejita en cuestión tomó el camino más corto que les llevaría a un lugar solitario, cómodo y tranquilo. Todo estaba previsto, en lo más recóndito de un paraje costero el joven amigo de Virtu aparcó su amplio vehículo en cuyo portaequipajes había dispuesto una nevera de camping con un par de botellas de cava y unas pastitas saladas que había comprado en la afamada Pastelería Funtané. A dos pasos tenían una magnífica cala en la que podrían bañarse si apeteciera y los asientos eran abatibles ¿Qué más se podía pedir? Después de la primera copa de cava, se le soltó la lengua al joven amigo de Virtu que no paró de recordarle las veces que había ido a la cocina a llevar género y se había quedado mirándola, sin atreverse a decirle nada pero con un temblor de piernas que le impedía casi caminar con soltura. Reconoció el joven que la personalidad de Virtu lo dejaba acogotado, su carácter fuerte le hacía pensar que nunca ella se fijaría en él que era apocado y tímido. Javi, -así se llamaba el joven pretendiente- no paró de relatar al oído de Virtu la interminable lista de cualidades y virtudes que en ella veía, llegado este punto, ella tapó suave y cariñosamente la boca de Javi invitándole a no seguir adulándola. Acto seguido cayó la segunda copa de cava, con la que llegaron los primeros besos que en nada se parecían al conato de beso con el Mosso de la Plana de Vic, todo venía rodado, fácil. Virtu le arrancó la camisa al joven partenaire como quien le arranca las hojas más feas a una lechuga, él mientras, no atinaba con los corchetes del sujetador hasta que al final cuando ella se agachó la luz de la luna llena le permitió a él atinar y deshacerse de ese molesto adminículo que realza la anatomía mamaría de las mujeres. Ante el desparrame glandular que siguió a la desaparición del sostén, el joven se volvió loco, no le parecía que allí hubiera tanta glándula. A los miles de rechupeteos, succiones y sopesamientos simétricos el joven sucumbió a las labores liberatorias que Virtu pretendía llevar a término en su masculinidad más feroz, dejó que la intuición balsámica de Virtu realizara lo que se espera en estos casos, con vocación fenicia Virtu culminó su prolongada caricia sin muestras de la más mínima fatiga o desagrado a lo que el joven quiso responder de la misma forma pero en diferente postura ya que comenzaba a temer por la integridad de sus dedos anular y corazón de su mano derecha. Seguidamente Virtu sintió cosas que no podía ni imaginar que existieran, experimentó cálidas oleadas de bienestar recorriendo su cuerpo espasmódico. Fue entonces cuando recordó una vieja lectura de adolescente que le había dejado perpleja: No comprendía el motivo por el que en Francia a eso que ella había experimentado le llaman la “Petitte mort”. A partir de aquella bendita noche comprendió el motivo de ese nombre a tan bella sensación.
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