Juan Penumbra entró en el Bar del Pi, en la Plaza de Sant Josep Oriol, pidió una copa de coñá Tres Cepas que alzó brindando por Rafael Vidiella, cuya foto cuelga de la pared desde que murió Franco, aunque su memoria estuviera allí flotando desde 1936.
En eso que apurando la copa, notó que algo o alguien le tocaba por la espalda, ¡coño! pero si es él, pensó Penumbra. Desde este momento sabía que comería mucho y bebería bastante y que probablemente acabaría la jornada en el Dry Martini. Las comidas con Francisco de Sert IV Conde de Sert eran así, un delirante y pantagruélico no parar de comer y mejor beber. Los aristócratas rojos son así, aristócratas pero un pelin menos que los otros aunque no renuncien a sus títulos.
Juan Penumbra estrechó la mano del recién aparecido amigo no sin un poco de resignación, su aparato digestivo ya no era lo que fue años ha y con el desayuno que se había dispensado podía casi llegar a la noche sin probar bocado.
El Conde le propuso ir a comer a un figón en el que se cocinaba un arroz del tipo ropa vieja, un arroz pobre hilvanado con restos de legumbres, verduras y un poco de carne. Juan Penumbra pensó que comer un arroz leve sería una forma de no desairar a su viejo amigo y no iniciar un periodo de hostilidades con su maltrecho aparato digestivo.
Ambos desandando el camino hasta las Ramblas tomaron la calle de Sant Pau hasta la esquina de Robador allí mismo estaba la Plaça de Salvador Seguí a través de la cual accedieron a la calle Sadurní, allí mismo, al otro lado de la calle se encuentra la plaza que el Ayuntamiento de Barcelona tuvo a bien dedicar a Manolo Vázquez Montalbán, también allí cerca está uno de los santuarios gastronómicos barceloneses, Casa Leopoldo, pero esta es otra cuestión que abordaremos otro día.
Ya en la calle Sadurní, entraron en un viejo restaurante que presentaba un aspecto desmejorado, con pinta de haber conocido tiempos mejores, quizá su deterioro había corrido parejo a la degradación del barrio. Como si de una ironía se tratara el restaurante se llamaba “Tiempos Modernos”.
Había en la pared un espejo publicitario del Anís del Mono y junto a él a cada lado, flanqueaban su contorno unos tubos fluorescentes que en algún tiempo quizá alumbraron. En un rincón había una lámpara artesanal armada con una botella antigua del whisky VAT69 que seguramente se dejó olvidada algún progre con traje de pana negra allá por mil novecientos setenta y tres.
Pepito, el dueño, camarero y cocinero, se apresuró a acomodar a tan ilustres clientes en una mesa de mármol con pies de hierro fundido.
Venimos por lo del arroz, dijo el señor conde, a lo que Pepito respondió: ¡hecho!
En primer lugar, Pepito les sirvió unos buñuelos de bacalao que no estaban nada mal, junto con una ensalada digna de un restaurante vegetariano por la cantidad y variedad de elementos botánicos, sirvió también unas anchoas de L’Escala y en eso que llegó el arroz.
Este arroz pobre se sustentaba sobre sólidos principios, me explico, con el caldo de cocer unos garbanzos acompañados con apio, zanahoria, cebolla, puerro y ajos amén de un trozo de morcillo, tenemos un fluido rico en aromas y matices que aportan los garbanzos, la carne y los elementos botánicos. Con este caldo casi todo lo que cozamos estará rico y sabroso, y en este caso un arroz del tipo bomba alcanzará el súmmum de sus capacidades embebedoras de sabor.
Pepito no se herniaba cocinando este arroz, sólo tenía que pochar un poco de cebolla, marear el arroz, añadir unos garbanzos, verduritas y unos trozos de morcillo que se deshacía sólo con mirarlo. Este arroz se cocinaba a criterio del cliente, es decir, quien lo prefería caldoso se le hacía según su gusto y si no especificaba preferencia alguna se le servía un arroz seco pero con un punto de melosidad que aportaba la gelatina que desprende la carne durantes las cocciones prolongadas.
El señor conde se mostró satisfecho con la comida, Juan Penumbra también, no pidieron postre, sólo cafés y una copa de coña Narciso de la Casa Mascaró , no sin antes apurar la botella de Viña Cubillo que pidieron nada más entrar.
Pagaron a escote, se despidieron y cada uno se fue por su lado. Queda claro que a nadie le gusta comer solo.
Qué bonito ha quedado ese arroz ligerito, tanto el la sartén como en el plato, hermoso en verdad.
ResponderEliminarMe emocionan los homenajes a MVM
Bien dicho, camará.
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