El gato de Juan Penumbra era negro,
fino en sus movimientos y cariñoso hasta la desesperación. No tenía un nombre
estable, unas veces se llamaba Valentino, otras Félix. Resulta difícil que un
gato responda a un nombre, aunque hay nombres que le pegan a un gato como a un
Cristo dos pistolas. Suena ridículo y excesivo llamarle hijo o prenda a un
gato.
Este gato en cuestión tenía la
capacidad de enternecer a Juan Penumbra hasta hacerle asomar las lágrimas, era
tierno y parecía captar aquellos momentos en que uno necesita una caricia. No
en vano, Juan Penumbra afirmaba cada vez con más convencimiento que cuánto más
conocía al género humano más le interesaba el reino animal.
Era hora de decidir qué comprar y
qué cocinar. Decidir, era una palabra y un concepto que en aquellos días estaba
muy de moda en Catalunya. Se hablaba del derecho a decidir, del derecho a poder
decidir, al inalienable derecho de los pueblos a decidir…Por el momento, Juan
Penumbra en vista del panorama y del celo decisorio en que habían entrado las
distintas faunas indígenas optó por decidir algo más simple, ocioso y terrenal:
ir al mercado, tomarse un café, darse una vuelta y olisquear por las paradas.
Ciertamente, el café le había
sentado como sientan los elixires energizantes, es decir, bien o muy bien,
cobrando una presencia de ánimo que le permitió sortear con éxito los culos
abultados y los codos puntiagudos y artríticos de las señoras que se acercan a
las paradas abriéndose dejando una estela de lesionados.
A su pescadera de cabecera le
compró unas sardinas que estaban en su punto tanto de grosor como de longitud.
Es precisamente en primavera- verano cuando el pescado azul está en mejores
condiciones ya que su nivel de grasas está más alto y hace que su carne sea más
jugosa. En otra parada compró unas berenjenas con las que decidió (ya salió
otra vez) cocinar un par de rectas con esa hortaliza como eje fundamental. Por
este orden pensó y mentalmente ya comenzó su elaboración: Berenjenas a la
parmesana, Berenjenas cordobesas, Berenjenas [así, en mayúscula] con tomate,
albahaca, mozarela y orégano.
De vuelta a casa, Juan Penumbra
compró vino y cava, no debía faltar el elemento etílico que actuara de
catalizador y disolvente de esas viandas que iban cobrando hechura aunque de
momento fuera en la mollera de Juan Penumbra.
Mientras cortaba las berenjenas en
palitos cortos y las sumergía en leche para preparar esa versión de berenjenas
fritas a las que se les da un toque con miel de caña, recordaba Juan a los que
se fueron, a los que no están pudiendo estar y a los que están y preferiblemente
para Juan, son perfectamente prescindibles y por lo tanto están sobrándole.
Por aquellos días a Juan Penumbra
le venía a la cabeza de forma recurrente y tozudamente insistente el recuerdo
de una entrevista televisiva a un profesor de un colegio público de una zona
pobre y por lo tanto con escaso y limitadísimo poder de decidir, en que pintaba
un panorama hiriente o que debería serlo para cualquier conciencia mínimamente
civilizada y sensible. El enseñante se refería ni más ni menos al cotidiano hecho
de que existieran niños que se desmayaran en clase por falta alimentación, a
niños que rebuscaban en las papeleras restos de bocadillo que otros niños con
más suerte habían desechado.
Cuando Juan Penumbra era niño,
había sin duda mucha gente que pasaba serias dificultades para llegar a cubrir
todos los gastos de una familia, no había para caprichos, no había para gastos
superfluos pero a ningún niño le faltaba un plato en la mesa y un trozo de pan acompañado
de algo para desayunar y merendar.
La gravedad de estas situaciones
enervaban tanto a Juan Penumbra como el tratamiento informativo que esta
situación debería tener y no se le daba, no mereciendo más que unos esbozos
someros y sesgados con unos brochazos de barniz de moralina.
Juan Penumbra iba friendo las
lonchas de berenjena mientras pensaba en esas cosas, en el berenjenal en que
todos estábamos metidos y en lo bien que se lo han pasado y pasan los que nos
han metido en este lodazal.
Disponía Juan penumbra una capa de
berenjenas, encima una capa de jamón cocido y salsa de tomate para acto seguido
espolvorear queso Emmenthal y parmesano, repitiendo esta operación hasta que se
acabaran las berenjenas, culminando con una buena capa de tomate y queso. El
destino final de la bandejita era el horno precalentado a 200º, en el que
debería estar una media horita, hasta que el queso fundiera y la capa superior
adoptara un color ligeramente tostado. De las sardinas y las berenjenas
cordobesas hablaré en otro momento, Juan penumbra me ha invitado a tomar una
copa de cava en su terraza y no me lo quiero perder, pues las invitaciones de
Juan suelen ser espléndidas, no faltando buenos cavas, jamoncito y conservas vegetales
elaboradas por él mismo y que no se encuentran ni en las mejores tiendas de delicatesen.